Hay muchas maneras de orar.
“Donoso adelantamiento en el amor de Dios es etsrle las manos con parecer que no nos puede aprovechar sino por un camino”
(Santa Teresa de Jesús, Fundaciones 5,5).
Orar es gracia de Dios y también un arte que se ha de ejercitar. “Se puede aprender a recoger el espíritu antes de entrar en la oración, a apaciguar nuestro interior y pensar en lo que se va a hacer. Se puede aprender a hablar con Dios sin necesidad de fórmulas previas; hablarle de la propia necesidad y hasta del fastidio que se siente de tener que tratar con Él; hablarle de las personas queridas, del mundo y sus necesidades; de los que nos han precedido en la muerte; a hablar con Él de Él mismo, tan cercano y tan distante, tan incomprensible y tan luminoso, al mismo tiempo. Hay que’ aprender esa ineludible confrontación de quien es la Verdad con nuestra mentira; de quien es el Amor con nuestro egoísmo; de quien es la Vida con nosotros, la muerte; de quien es la Plenitud con nuestra pobreza y carencia.
Se puede aprender a dar una compostura conveniente al cuerpo, a evitar toda tensión muscular, a procurar hacerse silencio por dentro, a acallar el intemperante vocerío de las imágenes del cada día, de manera que se llegue como a percibir en sosiego la propia alma, pobre y empequeñecida, pero que sabe unas pocas palabras esenciales y un cantar que sólo canta a Dios.
Se puede aprender a convertir en oración la lectura de la Sagrada Escritura. Se puede aprender a reflexionar en la oración de la noche, sobre las experiencias del día, para darles su justa y necesaria orientación hacia Dios. Pedir perdón es la rectificación de un momento o todo un proceso equivocado. Y es un descanso; sobre todo, sentir el perdón en un momento sencillo de oración.
Nicolás Caballero, cmf,