Muchos somos lo que nos preguntamos cómo podemos despertarnos y orar por las mañanas con gran eficacia, de tal modo que cada palabra que pronunciemos sea positiva en nuestro crecimiento interior.
Lo siguiente, es extraído del libro de san Francisco de Sales Introducción a la vida devota, y puede sernos de mucha ayuda cuando queremos tomar este hábito de la oración mañanera muy seriamente.
De las oraciones, la primera es la que se hace por la mañana, como una preparación general para todas las obras del día. Se hace así:
1. Agradecer y adorar
Da gracias y adora profundamente a Dios por el regalo que te ha hecho de haberte conservado durante la noche anterior; y, si has cometido algún pecado, le pides perdón.
2. Tomar conciencia del tiempo presente
Considera que el presente día se te ha dado para que, durante el mismo puedas ganar el día venidero de la eternidad, y haz el firme propósito de emplearlo con esta intención.
3. Mantenerse alerta para servir, y protegerse de la tentación
Prevé qué ocupaciones, qué tratos y ocasiones puedes encontrar, en este día, de servir a Dios, y qué tentaciones de ofenderle pueden sobrevenir, a causa de la ira, de la vanidad o de cualquier otro desorden; y, con una santa resolución, prepárate para emplear bien los recursos que se te ofrezcan de servir a Dios y de progresar en el camino de la devoción; y, al contrario, disponte bien para evitar, combatir o vencer lo que pueda presentarse contrario a tu salvación y a la gloria de Dios.
Y no basta hacer esta resolución, sino que es menester preparar la manera de ejecutarla. Por ejemplo, si preveo que tendré que tratar alguna cosa con una persona apasionada o irascible, no sólo propondré no dejarme llevar hasta el trance de ofenderla, sino que procuraré tener preparadas palabras de amabilidad para prevenirla, o procuraré que esté presente alguna otra persona, que pueda contenerla.
Si preveo que podré visitar un enfermo, dispondré la hora y los consuelos pertinentes que he de darle; y así de todas las demás cosas.
4. Refúgiate en los brazos de Dios
Hecho esto, humíllate delante de Dios y reconoce que, por ti mismo, no podrás hacer nada de lo que has resuelto, ya sea para evitar el mal, ya sea para practicar el bien.
Y, como si tuvieses el corazón en las manos, ofrécelo, con todas tus buenas resoluciones, a la divina Majestad y suplícale que lo tome bajo su protección y que lo robustezca, para que salga airoso en su servicio, con estas o semejantes palabras interiores:
“Señor, he aquí este pobre y miserable corazón que, por tu bondad, ha concebido muchos y muy buenos deseos. Pero, ¡ay!, es demasiado débil e infeliz para realizar el bien que desea, si no le otorgas tu celestial bendición, la cual, con este fin, yo te pido, ¡oh Padre de bondad!, por los méritos de la pasión de tu Hijo, a cuyo honor consagro este día y el resto de mi vida“.
Invoca a Nuestra Señora, a tu Ángel de la Guarda y a los santos, para que te ayuden con su asistencia.
Mas estos actos, si es posible, se han de hacer breve y fervorosamente, antes de salir de la habitación, a fin de que, con este ejercicio, quede ya rociado con las bendiciones de Dios, todo cuanto hagas durante el día. Lo que te ruego es que jamás dejes este ejercicio.
fuente: aleteia