Juan Pablo II fue “un hombre de oración, de contemplación y de acción”, una “mística del servicio” enamorado de Jesucristo y este amor “tomó la forma de un incansable servicio a la Iglesia y al mundo.” Un Papa “que vino de lejos”, pero ahora “siempre cerca” al corazón de la Iglesia, que sigue nos acompañe “en los caminos de la fe, de esperanza y de la caridad.”
En el centro de la vida de la Iglesia hoy en día se debe prestar a “la realidad de la misericordia divina y humana”. Papa Wojtyla también fue profético sobre el matrimonio y la familia, en la dignidad de la vida humana, “especialmente a los indefensos”. Si queremos seguir siendo fieles al legado de Juan Pablo II debemos audazmente seguir el camino del amor a Dios y al prójimo, es decir, por el camino de la santidad.
Karol Wojtyla tenía un amor especial por los jóvenes, los “centinelas de la mañana”, que desde el inicio del Pontificado llamó “esperanza de la Iglesia.”