El Señor vino a darnos un abrazo de Dios nuestro Padre, de hecho, es aquél que la noche del 11 de octubre de 1962, al final de la procesión que concluye el día de la apertura del Concilio Vaticano II. Papa Juan en la plaza de San Pietro, en un tono familiar, dijo esas palabras que conquistarán y conmoverán todo el mundo: “Queridos hijos, escucho sus voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero; de hecho, hoy, todo el mundo está representado aquí. Se diría que hasta la luna está contenta esta noche. Mírenla cómo desde arriba observa este espectáculo, tan grande que la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca”.
“Mi persona no cuenta nada, es un hermano el que os habla, convertido en padre por la voluntad de Nuestro Señor, pero todo junto, paternidad y fraternidad son gracia de Dios. Hagamos honor a la impresión de esta noche y llevémonos por nuestros sentimientos como ahora los seguimos delante del cielo y de la tierra. Fe, esperanza, caridad, amor de Dios y amor a los hermanos, y así ayudar todos a la santa paz del Señor, por la gloria de Dios y los hombres de buena voluntad”.
“Al volver a sus casas encontrarán a sus niños. Háganles una caricia y díganles: ‘Esta es la caricia del Papa’. Quizás encuentren alguna lágrima para enjugar. Digan para los que sufren una palabra de aliento. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos, especialmente en las horas del dolor y de la amargura”.
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