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Milagro: el Ostensorio con la Hostia se elevó en el aire

La Basílica del Corpus Christi, en Turín (Italia), abriga el lugar del primer milagro eucarístico documentado, ocurrido el 6 de junio de 1453: “Este es el lugar donde cayó prostrado la mula que transportaba el Cuerpo Divino. El lugar donde la Sagrada Hostia, al salir de una bolsa, se elevó sola, descendiendo con clemencia a las manos de los ciudadanos de Turín. Este es el lugar santificado por el milagro. Recordándolo y rezando arrodillado, se le presta veneración con santo temor”.

Los hechos que culminaron con el milagro tuvieron inicio en la ciudad piamontesa de Exilles, en la frontera con Francia. Las tropas del país vecino, encabezadas por Renato d’Anjou, luchaban contra las fuerzas italianas dirigidas por el duque Ludovico de Savoia.

Durante los conflictos, soldados franceses saquearon la ciudad e invadieron su iglesia. Uno de ellos robó el ostensorio con la hostia consagrada y, después de envolverla en una bolsa y montar una mula, partió para Turín con el fin de venderla. Llegó a la ciudad el día 6 de junio, día del Corpus Christi.

En la plaza principal el anso se detuvo y cayó al suelo, haciendo que la bolsa se abriera. Fue entonces que el Ostensorio con la Hostia se elevó en el aire, frente a los ojos atónitos de la población.

Avisando de prisa, el obispo don Ludovico se dirigió a la plaza y se arrodilló en adoración, pronunciando las palabras de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, Señor”.

En ese momento el ostensorio cayó al suelo, pero la Hostia consagrada, que brillaba intensamente, siguió en el aire. El obispo elevó entonces el cáliz y, lentamente, el Cuerpo de Cristo fue descendiendo hacia dentro de él.

El milagro eucarístico de 1453, que atrajo gran devoción en Turín desde aquella época hasta nuestros días.

En 1853, el papa Pío IX celebró solemnemente el IV centenario del milagro y en la misma oportunidad, el Papa aprobó el oficio y la misa propia del milagro para la diócesis de Turín. La hostia del milagro fue conservada hasta el siglo XVI, hasta que el Vaticano ordenó que fuese consumida, para “no forzar a Dios a hacer el milagro eterno de mantenerla incorruptas.

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