“Esta noche he recordado lo que se siente a experimentar la presencia de Dios. Por años lo busqué y no conocía el camino. Iba a ciegas y no podía encontrarlo. Me pasó como a muchos. Por eso me gusta tanto esta hermosa oración de San Agustín:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillante y resplandeciente, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti
Sobre todo me impresiona esta parte:
“gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti”.
Dios se apiadó de mí, a pesar de mis muchos pecados y ofensas.
Para amar a Dios debes conocerlo y para conocerlo debes experimentar su presencia. No es lo mismo el conocimiento de Dios que “gustar de Él, experimentarlo, sentir su presencia amorosa”.
Me ocurrió hace unos 25 años. Estaba en la Universidad y era un poco distraído. Iba apurado para presentar un examen. De pronto sentí algo que me llenaba el alma. Me resulta difícil aún hoy explicar ese momento.”
No estaba rezando ni iba camino a la Iglesia. No lo pedí, no lo busqué, y no lo esperaba. Yo sencillamente conducía el auto. Dios se hizo presente en ese momento y de alguna forma, sabía que era Él. Me mostraba su Amor, me decía que era importante para Él. Y esperaba más de mí.
Me inundó un amor tan grande. No tenía idea por qué ocurría, pero no quería que terminara. Este amor siguió creciendo en mi interior. Me supe amado desde una eternidad.
Aquello no duró más de quince minutos. Así como llegó se marchó, dejándome con deseos de saber qué había ocurrido. Ahora que he recorrido un poco sus caminos, me he percatado que esas experiencias las puedo vivir una y otra vez, y que siempre estuvo Al alcance de la mano, en la Eucaristía.
¡Qué bueno y grande es Señor!