Las diferentes situaciones para la oración pueden conducirnos al silencio interior, ayudarnos a respirar el mismo aliento del Espíritu Santo. Por las diferentes actitudes interiores que despierta, la posición y el entorno de la oración revelan lo que está oculto y permiten entrar en relación con Dios, que está presente en nosotros, en los demás y en toda la creación.
Dios nos creó según su mirada de amor y nos invita a reconocer su rastro en nuestra historia y en su creación. Al rezar, nos ponemos bajo esta mirada creadora. Podemos rezar en cualquier sitio, incluso cuando estamos faltos de tiempo. Un simple movimiento del corazón girado hacia Dios y ya está, son unos segundos convertidos en oración.
Es una ocupación elevada y simple que no requiere apenas un minuto y que podemos hacer en todo momento. Jesús rezaba así, constantemente y por todas las cosas, mientras caminaba o mientras descansaba.
Nuestra historia está inscrita en nuestro cuerpo como las notas en una partitura musical. Dios quiere producir una sinfonía poniéndonos a nosotros, hombre y mujeres, al frente de su creación, para proteger el fruto de su amor.
El papa Francisco habla con elocuencia en su encíclica sobre la ecología integral: “Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (Laudato si’, n. 84). El Papa cita a Juan de la Cruz en la misma encíclica:
“San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo ‘está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios’. No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así ‘siente ser todas las cosas Dios’. Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor” (Laudato si’, n. 234).
La creación, de modo diverso en sus obras, evoca la imagen del Creador, aunque solo sea un pálido reflejo de su belleza. Escuchamos su voz en el canto de los pájaros, en el murmullo del viento, en el mecer de los árboles, en el rugido del agua. ¿Escuchas el himno inmemorial del cosmos como eco del Himno eterno?
El Cántico de las criaturas, de Francisco de Asís, llamado también Cántico del hermano Sol, es una ilustre respuesta a esta presencia del señor en la belleza de la creación: “Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos iluminas. Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación”.
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