Niña de tres años dispersada en los bosques: “La Virgen me ha cubierto con su manto”

Las gentes sencillas de aquel pueblo, entusiasmadas de lo que oían contar, gritaban fuera de sí: ¡Milagro! ¡Milagro!…

 

El 18 de enero de 1896 se perdió en Rojales, provincia de Alicante (España), una niña de tres años y tres meses. Llegó la noche helada, y sus padres, con el corazón roto por el dolor, acudieron a las autoridades. La noticia corrió de boca en boca. Todo el pueblo se movilizó. Los jóvenes, con teas encendidas, recorrieron los alrededores del pueblo y el monte vecino; mas la pequeña no aparecía por parte alguna.

El 19 se da aviso a los pueblos del contorno, y todos buscaron a la niña con ansiedad. Las gentes esperaban encontrar al menos su cadáver, suponiendo que no habría resistido el frío de la cruda noche.

A las tres de la tarde, unos tíos suyos, que persistían en la búsqueda, la vieron recostada sobre una roca saliente detrás de la cual hay un precipicio cortado a pico. La niña parecía estar muerta. Sin embargo, al oír la voz de sus tíos se levantó y se dirigió a ellos con los bracitos tendidos, como si despertara de un profundo sueño. Su tía, estrechándola contra su corazón y llorando de emoción, le preguntó:

Hija, ¿cómo has podido soportar esta noche tan fría?

Si no he tenido frío: pues ha estado toda la noche una mujer conmigo y me tapaba con su delantal, contestó la niña sonriendo.

La tía con unos ojos muy abiertos, le sigue preguntando:

Pero, ¿estuvo contigo una mujer?

Sí, tía; una mujer muy buena y cariñosa.

¿Qué te decía esa mujer? ¿No veías por la noche las luces y oías nuestros gritos ?

Sí, los oía. Pero la mujer me decía: “No te muevas, hija mía, que ya vendrán a buscarte”

Las gentes sencillas de aquel pueblo, entusiasmadas de lo que oían contar, gritaban fuera de sí: ¡Milagro! ¡Milagro!…

Al día siguiente se celebró una misa solemne en acción de gracias. La niña fue llevada por sus padres al templo. Estando en él, sus ojitos inquietos se fijan en una imagen de la Virgen del Carmen y vuelta a su madre le dice con candor infantil:

¡Madre! ¡Madre!. Esa es la mujer que me tapaba con el delantal.

Esta niña estaba a punto de caer en un precipicio, pues era de noche y no se veía.

Entonces la Virgen, como buena madre, se quedó con ella junto a aquella roca, para que, mientras durara la noche, no equivocara su camino y se dirigiera al lado contrario del precipicio donde había un gran abismo. Por eso, cuando la niña escuchaba los gritos y veía las antorchas encendidas, la Virgen le decía que no se moviera, que ya vendrían a buscarla, pues al estar a oscuras y tener tan cerca la pendiente, hubiera caído por ella sin remedio.

¿No nos pasa a nosotros, que en algunas ocasiones, al estar desolados y a oscuras, no sabemos a dónde dirigimos?

El peligro está en que, al estar a oscuras, si nos dejamos guiar por nosotros mismos, y creer que podemos salir de aquella dificultad por nuestras solas fuerzas, estamos equivocados, pues vamos como un ciego hacia donde nos lleva la conciencia que, en ese momento anda a oscuras, ya sea porque así Dios lo quiere para que veamos nuestras debilidades o porque nosotros lo busquemos, y así podemos caer por un precipicio y terminar en pecado. San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales dice: “En tiempo de desolación, no hacer mudanza” es decir, esperemos a que pasen esos momentos de abatimiento, no tomemos decisiones, de las cuales luego nos tengamos que arrepentir. Ya vendrán momentos de paz y sosiego y veremos las cosas claras.

Cuando estemos en momentos de desolación, pongámonos bajo la protección de nuestra Madre, que nos cubra con su “delantal” (el santo Escapulario), y oigamos de sus labios aquellas palabras: No te muevas…, que ya vendrán a buscarte.

Y como tan excelente Madre tenemos en el cielo, meditemos los mensajes que en Fátima, Lourdes y tantos sitios dejó como consejo, que ninguna madre da malos consejos a sus hijos, sino muy buenos, para que sigan el camino seguro y vayan directos al gozo eterno.

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