Durante el siglo XV, en la pequeña aldea de Ettiswil, Suiza, un suceso milagroso ocurrió después de un terrible crimen. Una hostia consagrada eucarística fue robada de la parroquia local por una miembro de una secta satánica. Su nombre era Ann Vögtli y se marchó corriendo de la iglesia con la eucaristía en la mano.
No constan los motivos exactos de sus acciones, aunque son frecuentes los robos de hostias consagradas de iglesias por parte de grupos satánicos que luego las profanan. Es algo que sucede a menudo durante las denominadas “Misas Negras”, en las que se ridiculizan las misas católicas a través de extraños rituales.
Tras abandonar la parroquia, Vögtli corrió hasta alcanzar el muro del cementerio. Intentó pasarlo, pero de inmediato la eucaristía se volvió demasiado pesada como para llevarla. Vögtli confesó más tarde la siguiente historia: “Tras deslizar la mano en la estrecha puerta de hierro, agarré la gran Hostia. Pero en cuanto crucé el muro del cementerio, la Hostia se volvió tan pesada que ya no era capaz de cargarla más tiempo. Incapaz de avanzar o retroceder con ella, arrojé la Hostia lejos de mí, cerca de una valla entre las ortigas”.
Una joven descubrió la eucaristía en las ortigas, pero la hostia se había transformado en algo que parecía una flor. Explicó que “la Hostia robada [se había] dividido en siete Secciones. Seis de las Secciones formaban una flor similar a una rosa y una gran luz las rodeaba”. El párroco fue informado y pudo recoger seis de las secciones, pero la séptima era inamovible. Lo consideró un signo de que debía construirse una capilla en aquel lugar.
La hostia milagrosa fue consagrada en una reliquia en la capilla construida allí y numerosos milagros sucedieron a lo largo de los años a quienes veneraron la reliquia. La historia es un gran recordatorio del poder de Dios y su capacidad para traer un bien mayor a partir de algo horrible.
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