Era el mayo de 1925. María tenía su bebé enfermo de nacimiento. Ella estaba muy preocupada por su bebé. De hecho, después de una visita médica, le dijeron que su niño tenía una enfermedad muy complicada. No había esperanzas para él… jamás se podría recuperar.
Por lo tanto María decidió ir en tren a San Giovanni Rotondo. Ella vivía en un pueblo pequeño al sur de Puglia (Italia), pero escuchando los milagros del Padre Pío, del fraile que tenía los estigmas de Jesús y que hacía milagros, a los enfermos y daba esperanza a los desgraciados; surgió en ella una gran fe e inmediatamente se fuè de viaje, pero durante el trayecto el bebé se murió. Ella había vigilado su cuerpecito toda la noche, y lo puso en la maleta y la cerró…
Al día siguiente de ver morir a su hijo, estaba en el convento de San Giovanni Rotondo. ¡Ya no había ninguna esperanza! El niño estaba muerto. Pero Maria no perdió su fe. Por la tarde estaba delante del Padre Pío. Se encontraba en la fila de la confesión y tenía en sus manos la maleta que contenía el cuerpo di vida de su hijo. Se había muerto 24h antes. Se arrodilló delante del Padre Pío y lloró desesperadamente suplicándole ayuda. Él la miró profundamente. La madre abrió la maleta, y le mostró el cadáver de su bebé al Padre Pío. El pobre Padre se condolió hasta las entrañas por el dolor de ésta madre. Tomó el pequeño cuerpo y puso sus manos estigmatizadas en su cabeza, y oró mirando al cielo. Después de un tiempo, la pobre criatura estaba viva de nuevo. Un gesto, un movimiento de los pies, los brazos… parecía dormido y simplemente se despertó después de un sueño largo. A la madre dijo: “¿Madre, por qué usted está llorando? Su hijo está durmiendo ” La madre y los gritos de la muchedumbre llenaron la iglesia. ¡Todos hablaban sobre el gran milagro!