Daniel Pittet, un suizo de 59 años de edad, fue violado siendo niño durante cuatro años por un sacerdote capuchino en Friburgo. Autor del libro ‘Le perdono, padre’, con prólogo del mismo papa Francisco. Entrevista con Aleteia Polonia.
Su calvario duró cuatro años. Entre 1968 y 1972, Daniel Pittet fue violado casi doscientas veces por un fraile capuchino en Friburgo. Tenía entre 9 y 13 años. Perdonó muy pronto a su verdugo. Su vida estaba rota, pero pudo levantarse y seguir amando a la Iglesia. Hoy es padre de familia.
Su historia impresionó al papa Francisco, quien declaró que su testimonio es “necesario, precioso y valiente”. En su libro, Daniel Pittet describe cómo el niño herido se convirtió en un hombre en pie. Cómo se las arregló para no perder la esperanza en Dios ni en las personas.
Para quienes no han vivido el mismo sufrimiento que tú, ¿podrías describir el peso que has tenido que soportar como niño víctima de abusos sexuales?
Es muy difícil. Lo más terrible de ser un niño o incluso un adulto joven es que aunque tengas la oportunidad de hablar con especialistas o amigos sobre lo que te pasó, eres incapaz de decirlo. Es imposible hablar de ello, encontrar las palabras. Si finalmente lo conseguí, fue porque un día conocí a un niño de 8 años que me reveló su secreto. Él mismo había sido violado.
Cuando quise saber quién abusó de él, su respuesta me estremeció. Se trataba del padre Joël Allaz. ¡Era mi violador! Entonces comprendí que no estaba solo. Que lo que yo sufrí también lo habían sufrido otros. Como soy creyente y tenía buenos contactos con la arquidiócesis, inmediatamente decidí ver al jurista canónico.
Le conté que durante varios años había sido víctima de violaciones. Que, por desgracia, mi violador continuó abusando de otros niños. Si no hubiera conocido a este niño, probablemente nunca lo habría hecho. No hay ninguna víctima de violación que quiera hablar de ello. Es demasiado duro.
Entonces decidiste contar tu historia en un libro, traducido luego a varios idiomas. ¿No tenías miedo?
Nunca pensé que un día escribiría mi historia. Estaba casado, tenía seis hijos. Pero la Providencia decidió otra cosa. Conocí al papa Francisco. Yo quería que escribiera un prefacio a mi libro sobre la vida consagrada. Era un pequeño librito y quería hacer lo máximo para su promoción (risas). El papa Francisco aceptó escribir el prólogo.
Fue en el momento en que anunció el 2015 como Año de la vida consagrada. ¡De golpe, el libro fue traducido a 15 idiomas con una tirada de 15 millones de ejemplares en total con todas las ediciones! Más tarde tuve la ocasión de volver a ver al Santo Padre. Aproveché la oportunidad para darle las gracias por el apoyo que me había dado.
Lo que me dijo entonces me sorprendió: “Daniel, hay cuatro mil personas trabajando en el Vaticano. ¡Nadie habría escrito un libro así tan rápido! ¿De dónde sacas tu energía?”. Respondí: “Es el Espíritu Santo, san José y santa Teresa del Niño Jesús”. Él respondió: “No, no es suficiente, tiene que haber algo más”.
En ese momento le confesé que había sido violado por un cura pedófilo durante cuatro años. Se apoyó en mi hombro y empezó a llorar. Entonces él me dijo: “Daniel, si escribes un libro sobre tu historia, ¡también te escribiré el prólogo!”.
Has perdonado. Muchas personas no consiguen comprender cómo fue posible…
El perdón en general es difícil. Es verdad, la gente me pregunta a menudo: ¿cómo es posible? Un día, al final de una conferencia en la que había participado, me hicieron esta pregunta. Una mujer entre la multitud se levantó. Tomó la palabra: “Vengo de Ruanda. Tuve cinco hijos que fueron asesinados delante de mí. He perdonado”.
Hace un rato fui a ver la tumba del padre Jerzy Popiełuszko (un sacerdote polaco beatificado como mártir en 2010). En el museo de al lado, miré la foto de su madre detenidamente. ¿Qué hizo ella misma? Perdonó de inmediato a los asesinos de su hijo.
Una persona que no sabe perdonar no puede mantenerse en pie. No puede ser libre. La mayoría de las víctimas no perdonan. Personalmente, estoy convencido de que lo que realmente me ayudó fue la gracia del Espíritu Santo.
¡Perdonaste cuando eras un niño!
Tenía 11 años. No esperaba hacerlo. Estaba escuchando la homilía del padre Allaz. Vi alrededor a personas que parecían conmovidas por sus palabras. Y me dije: “¡Qué cerdo! Habla de María con hermosas palabras, pero en unos minutos va a violarme”.
Entonces tuve como un flash: de repente vi que había dos personas en él, un sacerdote bueno y un hombre enfermo. Mi perdón solo podía venir de una gracia externa. Y nunca me arrepentí después.
Hoy, mi perdón es el mismo que en aquella época, cuando tenía 11 años. Entendí entonces que si no hubiera sido víctima de violación, si no hubiera quedado tan dañado por este hombre, ¿tal vez yo mismo me habría convertido en una persona violenta? Hoy, gracias al perdón, soy un hombre libre, un hombre en pie.
El perdón libera, pero no borra los recuerdos. ¿No sientes ira cuando resurgen tus recuerdos?
Las violaciones duraron cuatro años. He contado doscientas. El padre Allaz hacía fotos pornográficas. Hay que reconocer que el perdón es una cosa y que el olvido es otra. No podemos olvidar.
Conocí a un centenar de víctimas del padre Allaz; siete de ellas se suicidaron. Me siento frágil, vulnerable, pero quiero testificar en nombre de aquellos que no están en condiciones de hacerlo.
La gran mayoría de los pervertidos sexuales no están dentro de la Iglesia. Por eso no entiendo por qué la Iglesia no elimina de sus filas de una vez por todas a todos los pedófilos.
En Suiza, de donde yo vengo, la cuestión no ha surgido hasta hace poco. En la actualidad, se han creado comisiones especiales para recibir y asistir a las víctimas.
La sociedad suiza sabe que estas comisiones existen, pero raras son las víctimas que denuncian los abusos sexuales que han sufrido. ¿Por qué? Porque es terriblemente difícil reconocerlo y hablar de ello.
En cuanto a los violadores, no pueden aliviar el peso de sus acciones. Rezo por ellos. Rezo para que reconozcan sus crímenes y dejen de cometerlos. Pero sé que es muy difícil. Es parecido con todas las adicciones más graves, sexuales o de otro tipo.
Muchos de los que han sido violados por un sacerdote pedófilo han perdido la fe. A menudo se convierten incluso en enemigos de la Iglesia. ¿Cómo conservaste tu fe?
Sé que para muchos es difícil de comprender. Existen asociaciones de apoyo a las víctimas de abusos sexuales. El mes pasado se creó una Federación a escala internacional. He contactado con ella. No hay un solo creyente entre sus miembros. Para ellos, mi libro es incomprensible. Creen que ha sido patrocinado por la Iglesia porque coincide con la visión del papa Francisco.
Hoy en día, la publicación de mi libro en varios países ha contribuido a darme a conocer un poco. Pero no me molesta. Es incluso muy bueno, porque puedo dar testimonio.
Me parece que hay un problema aún más grave. Se trata de los abusos sexuales dentro de las familias. Sus víctimas tienen aún más dificultades para denunciar, por temor a ser rechazadas por sus familiares.
La Iglesia no rechaza a las víctimas. Se ocupa de ellas. De hecho, tenemos dos soluciones ante nosotros: o la víctima quiere seguir siendo una víctima o decide pasar página y seguir viviendo. Yo elegí vivir.
Los miembros de la comunidad del padre Allaz sospechaban que era pedófilo. Sin embargo, no hicieron nada mientras él se encerraba en su celda contigo… La jerarquía tampoco reaccionó… ¿No te enfureció esto?
El padre Allaz sabía lo que hacía. Los hermanos capuchinos lo adivinaron. Un día, el portero del convento fue a romper la ventana de su celda y le gritó: “¡Alto! ¡Estás violando a un niño!”. Él le contestó, sin detenerse: “Cállate, si no, serás expulsado del convento”. ¿Qué podía hacer?
Tomemos un caso familiar. ¿Crees que una niña violada por su padre se lo contará a su hermano o a su madre? Mis hermanos y hermanas también fueron violados. Me enteré años después, completamente por casualidad.
¡Muchas mujeres que son víctimas de sus abuelos o tíos me preguntan si pueden casarse! ¿Qué piensan de la sexualidad? Que es algo muy sucio.
Me casé a los 37 años. Cuando conocí a mi esposa, le dije que fui violado de niño. Luego me preguntó si yo, también, era un violador. Le respondí que no. Me pidió que viera a un psiquiatra. Lo hice.
Lo recuerdo muy bien: tenía mucho miedo de mi primera relación sexual con mi esposa. Tenía miedo de hacerle daño, de hacer algo malo. Ya sabes, un trauma como este rompe a un hombre de por vida.
No solo perdonaste a tu violador, sino que años más tarde te reuniste con él. ¿Cómo viviste aquello?
No quería encontrarme con él. Mi psiquiatra me lo desaconsejaba. Por otro lado, sentía que su testimonio era necesario para mi libro. Cuando leí su testimonio, pensé: “¡Dios mío, qué pobre hombre! ¡Es aún más pobre que yo!”.
Un día, decidí ir a verle al convento donde se hospedaba. Cuando llegué, empecé a buscar su rostro entre los hermanos. Recordaba a un hombre grande y fuerte que pesaba más de 100 kilos. Entonces, vi a un anciano flaco y encorvado que caminaba apoyándose en un andador. ¡Era él! ¡Me costó reconocerlo, pero no me equivocaba!
Me presenté. Él también tuvo problemas para reconocerme. Me miró durante mucho tiempo. Le ofrecí chocolates y un álbum de fotos sobre Friburgo.
Le dije: “Si quieres ir conmigo al Paraíso, debes pedirme perdón.Si lo haces, nos encontraremos en el Cielo”. Lloró. Después de un rato, le estreché la mano y me fui. Yo había temido ese encuentro y, al final, me fui sorprendido de no haberlo vivido mal. Fue una gracia.
¿Hasta qué punto sientes que las violaciones sufridas en tu infancia han influido en tu vida? Has pasado años de psicoterapia… ¿Sientes que has sufrido como Job que, a pesar de las dificultades, persevera en la fe?
(Sonríe): María Magdalena me resulta más cercana que Job. ¡Tengo muchas ganas de escribir un libro sobre ella! Era prostituta y conoció a Jesús. Ella le acompañó durante tres años.
Cuando Jesús salió de su tumba, pudo haberse manifestado a María o a uno de los apóstoles, pero fue a ella a quien eligió primero. María Magdalena puede ayudar mucho, especialmente a las víctimas de violación.
Fuente: Aleteia