Rosarios, escapularios… breve historia de estos objetos de devoción
Nos exigen tiempo, dedicación y quizás no combinen del todo bien con nuestra ropa, pero ¿cómo no consagrarnos a ellos si nos permiten admirar a Nuestra Señora y a Su Hijo divino hasta el fin de los tiempos?
Porque la Santísima Virgen lo obtiene todo de Dios: la medalla milagrosa
El 27 de noviembre de 1830, Catalina Labouré, religiosa de las Hijas de la Caridad en el número 140 de la rue du Bac, en París, ve a la Virgen María que se le aparece mientras está en oración.
La Virgen se encontraba de pie ante una figura oval, pisaba una serpiente y llevaba anillos de diferentes colores desde los que brotaban rayos de luz.
Alrededor de ella surgieron las palabras: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
La Virgen dijo: “Es la imagen de las gracias que reparto sobre las personas que me las piden”, y para explicar los anillos de los que no surgían rayos, añadió: “Es la imagen de las gracias que han olvidado pedirme”.
Entonces la imagen pareció darse la vuelta, mostrando lo que ahora es el reverso de la medalla: rodeada de doce estrellas, una gran M, inicial de María, coronada con la Cruz. Debajo, dos corazones: el de Jesús, coronado de espinas, y el de María, atravesado por una espada.
Luego, Catalina escuchó la petición de la Santa Madre de Dios de llevar estas imágenes a su confesor para que las acuñara en medallas, puesto que “todos aquellos que la porten recibirán grandes gracias”.
La petición fue aprobada por el arzobispo de París y la medalla no tardó en hacerse extremadamente popular. Este feliz episodio que honra la ciudad de París animó al papa Pío IX a proclamar el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción.
Exhumado en 1933, el cuerpo incorrupto santa Catalina Labouré yace ahora en un relicario en el altar de la capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, al lado del cuerpo también incorrupto de santa Luisa de Marillac.
Para morir en estado de gracia e ir al cielo, a partir del sábado: el escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo
La palabra escapulario viene del latín scapŭla, espalda. La Santísima Virgen es la Madre de todos los cristianos, y ¿acaso no es la principal tarea de una madre la de proteger la espalda de sus hijos?
Surgido en el siglo VII en la Orden de San Benito, el escapulario se compone de dos trozos de tela que cuelgan de la parte anterior y posterior del cuerpo, unidos a la altura de los hombros con unos cordones o bandas de tela.
Si la llevan religiosos, es más grande y parece una auténtica vestimenta; si la llevan laicos, toma la forma de una especie de collar.
Los dos pedazos de tela del escapulario laico o devocional están bordados, con representaciones del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, respectivamente.
En 1251 en Cambridge, cuando el carmelita Simón Stock llamaba a la Santa Madre para que ayudara a su Orden oprimida, Ella se le apareció al amanecer rodeada de ángeles y cubierta de luz.
Vistiendo el hábito de la Orden del Carmelo, la Virgen le extiende con su mano una tela de color marrón que es el escapulario de la Orden, mientras le dice a Simón Stock: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con este hábito no padecerá el fuego eterno”.
En 1317, el papa Juan XXII redacta la Bula Sabatina, después de una visión de la Virgen en la que le prometía acudir a liberar las almas del purgatorio al sábado siguiente de su defunción en caso de que, en el momento de su muerte y durante su vida, hubieran llevado fielmente el escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
El capítulo 38 del Libro de la Vida de santa Teresa de Ávila parece apoyar la efectividad del privilegio sabatino: “Otro fraile de nuestra Orden, harto buen fraile, estaba muy malo y, estando yo en misa un sábado, me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en purgatorio”.
Parece ser que desde entonces se extendió la idea de que el sueño de los católicos es morir ¡un viernes a las 23:59!
Monseñor Leo de Goesbriand (1816-1899) hizo un hermoso comentario en relación al escapulario: “Allá donde esté, haga lo que haga, María no puede mirarme sin ver sobre mi cuerpo una prueba de mi devoción hacia Ella”.
Las promesas ligadas a nuestro final último son las más importantes que existen. Llevar el escapulario se asocia habitualmente a la promesa de rezar el rosario todos los días de la vida.
Revelado por la Virgen a la hermana Justina Bisqueyburu, una religiosa que fue testigo de apariciones en 1840 en el mismo convento de la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en el mencionado número 140 de la calle Bac en París. Este escapulario posibilita la conversión de los pecadores y ha sido objeto de dos aprobaciones sucesivas del papa Pío IX, en 1863 y luego en 1870.
Numerosas conversiones fueron posibles gracias a este escapulario, así que es una buena idea regalar un escapulario verde a un ser querido alejado de Dios, diciéndole simplemente que con él le protegerá la Virgen María.
Aunque los no creyentes refunfuñen mucho en contra de Dios, suelen ser bastante menos impetuosos cuando se trata de la Virgen.
Una vez que el sacramental esté en el bolsillo o en el monedero, la persona que, casi sin darse cuenta, ha dicho que sí a la Santa Virgen el aceptar el escapulario verde, no tardará mucho en ver su corazón convertido.
150 salmos, 150 preces para san Pedro y 150 Ave Marías para la Santa Madre.
Compuesto de 5 series de 10 cuentas, que representan tradicionalmente los 5 misterios gloriosos, los 5 misterios dolorosos y los 5 misterios gozosos. Desde la Edad Media, el rosario viene siendo considerado como el arma más poderosa de los cristianos.
La práctica nació con la aparición de la Virgen a santo Domingo de Guzmán, por el año 1200, quien le pidió: “Reza mi Salterio y enséñalo a tus hombres. Esta oración nunca fracasará”.
El rezo de 150 avemarías ya era una práctica corriente desde el siglo XI, conocida con el nombre de Salterio de María, pensada para reducir la dificultad de rezar los 150 salmos de la Biblia.
En 1846 en La Salette-Fallavaux, Francia, la Virgen aparece engalanada con 3 guirnaldas de rosas: las gozosas, dolorosas y gloriosas del rosario. Lo mismo sucedió en Pellevoisin en 1876.
En 1871 en Pontmain, Francia, durante el rezo de un rosario, María se engrandeció y las estrellas se multiplicaron.
En 1858, María se apareció 18 veces con un rosario en la mano.
En 1917 en Fátima, la Santísima Virgen pide 7 veces a los niños que recen el rosario todos los días.
De modo que se conserve una similitud con un canto amoroso, san Luis María Grignion de Montfort aconsejaba en relación a la manera de rezar el rosario:
“Es una lástima ver cómo la mayoría de la gente reza el Rosario.Lo pronuncian con una precipitación sorprendente; incluso se comen parte de las palabras. Nadie querría realizar un cumplido de esta manera tan ridícula, ni al último de los hombres, ¡y creemos que Jesús y María se sentirán honrados así! (…) Después de esto, ¿es de extrañar que las más santas oraciones de la religión cristiana continúen sin casi ningún fruto; o de que, después de miles y miles de Rosarios rezados, no seamos más santos?”.
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