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Noveno día de la novena a San Luis Gonzaga

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición

¡Señor mío, Jesucristo!
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

Oración preparatoria

Angélico joven San Luis Gonzaga, que ardiendo en el amor de Jesús os derretisteis en su fuego divino, de tal manera que llegasteis a ser mártir de caridad: os suplico me alcancéis de su amantísimo Corazón un vivo conocimiento de su bondad inmensa para con los hombres, y un dolor verdadero y vehemente de la ingratitud con que yo correspondo a tanto amor. Haced, Santo mío, que este mi corazón sea semejante al de mi dulce Jesús, puro con su pureza, humilde con su humildad y ardiente con su caridad. Amén.

Noveno día: ¡Oh amabilísimo Santo, protector y abogado mío San Luis Gonzaga!

Humildemente postrado a vuestras plantas os suplico coronéis todas vuestras gracias en este día, con la mayor de todas, alcanzándome un acto perfecto de amor de Dios, especialmente en el último instante de mi vida, como vos lo tuvisteis, a fin de que asegure la gracia de la perseverancia final, y empiece a practicar en la tierra, lo que deseo y espero hacer eternamente en el cielo, que es amar a mi Dios y Señor con todas las veras de mi espíritu. Finalmente, recabad del Señor por intercesión de su Madre amantísima, la gracia especial que os he venido pidiendo durante esta novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios, honor vuestro y bien de mi alma. Amén.

Rezar tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias.

Oración final

Oh Luis Santo, adornado de angélicas costumbres: yo, indignísimo devoto vuestro, os encomiendo principalmente la castidad de mi alma y cuerpo, y os pido que, por vuestra pureza angélica, os dignéis encomendarme al Cordero inmaculado, Cristo Jesús, y a su purísima Madre, Virgen de vírgenes, guardándome de todo pecado. No permitáis que yo manche mi alma con la menor impureza; antes bien, cuando me viereis en la tentación o peligro de pecar, alejad de mi corazón todos los pensamientos y afectos inmundos, y despertad en mi la memoria de la eternidad y de Jesús crucificado. Imprimid altamente en mi corazón un profundo sentimiento de temor santo de Dios, y abrasadme en su divino amor, para que así, siendo imitador vuestro en la tierra, merezca gozar de Dios en vuestra compañía. Amén.