“Queridos hijos, os invito con amor maternal a abrir vuestros corazones a la paz, a abrir vuestros corazones a mi Hijo, a cantar en vuestros corazones el amor hacia mi Hijo, porque sólo de este amor llega la paz del alma. Hijos míos, sé que tenéis bondad, sé que tenéis amor, amor misericordioso. Pero muchos hijos míos tienen aún los corazones cerrados, piensan poder hacer las cosas sin volver sus pensamientos hacia el Padre Celestial que ilumina, hacia mi Hijo, que está siempre nuevamente con vosotros en la Eucaristía y que desea escucharos. ¿Hijos míos, por qué no le habláis? La vida de cada uno de vosotros es importante y preciosa, porque es el don del Padre Celestial para la eternidad; por eso, no os olvidéis nunca de darle gracias, de hablarle. Sé, hijos míos, que para vosotros es todavía desconocido lo que vendrá después, pero cuando llege vuestro más allá tendréis todas las respuestas. Mi amor maternal desea que estéis preparados. Hijos míos, con vuestra vida poned sentimientos buenos en el corazón de las personas que encontráis, sentimientos de paz, de bondad, de amor, de perdón. A través de la oración escuchad lo que os dice mi Hijo y haced lo que os diga. Nuevamente os invito a orar por vuestros pastores, por aquellos que mi Hijo ha llamado; recordad: tienen necesidad de oraciones y de amor. Os doy las gracias”.
La Virgen ha bendecido a todos los presentes y todos los objetos religiosos. Después, como la Reina de la Paz desea, los sacerdotes han bendecido a todos lo presentes y todos los objetos religiosos.
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