Gracias amigo, por ser sacerdote (Un bello testimonio)

Soy católico. Y me duele muy hondo lo que ha ocurrido en la Iglesia. Estoy casado hace más de 30 años. Tengo hijos, ¿cómo no me voy a ofender? Pero no por lo ocurrido, dejaré de seguir a Jesús y repetir a todos: “Soy católico. Amo mi Iglesia”.

La Iglesia es Madre, y acoge con ternura a sus hijos. Lo sé bien. Me considero hijo de la iglesia. Y me siento feliz de ser católico. Siempre he podido encontrar en la Iglesia un refugio, un consuelo, un consejo sabio. Y estoy consciente que…

“Los tiempos de crisis, son tiempos para la santidad”.

Esta mañana recibí algunos mensajes de personas que critican a los católicos en general. Han querido enlodar y echar en un saco a buenos y malos. Generalizar, no está bien, es una falta de caridad. La indignación les mueve. Y tienen mucha razón para estar indignados. Pero hay algo que tal vez no saben:

“Los católicos también estamos indignados”.

También ignoran que hay una fuerza que nos mueve y nos sobrepasa, es “el amor a Jesús y a nuestra Santa Madre Iglesia”. Ese amor nos permite ver a nuestro alrededor con otra perspectiva. Y decidir qué hacer con nuestras vidas.

Podemos estar indignados, pero no odiar, porque el odio te aleja de Dios, que es amor.

Alguien sabiamente me dijo: “En los tiempos de Jesús eran 12 y uno lo traicionó”. No esperes que deje de ocurrir ahora.

En estos momentos, quisiera abrazar a los que critican y con afecto decirles: “Tienes razón. Pero, por caridad, no incluyas a todos en ese paquete, porque hay buenos y santos sacerdotes, que son miles… y ofrendan a diario sus vidas, por amor al prójimo. Yo conozco muchos de ellos. Y me siento agradecido”.

Siempre recuerdo con cariño aquel anciano sacerdote en silla de ruedas, con el que solía confesarme. Era muy sabio y tenía un gran corazón. Aquél domingo por la tarde le noté cansado, distraído, desilusionado.

“¿Qué le ocurre padre? Lo noto triste”.

“Hoy es mi cumpleaños. Nadie me ha llamado, ni felicitado. Mi única hermana vive en España y no hemos podido hablar”.

Le sonreí y exclamé: “¡Feliz Cumpleaños Padre! Nosotros, sus feligreses, le queremos mucho. No está solo. Debe saber que su sacerdocio da frutos de eternidad”.

Me di cuenta del sacrificio que representaba su vida como sacerdote.

Antes de marcharme le abracé y le dije: “Gracias por ser sacerdote”.

Sonrió agradecido. Anoté la fecha y me propuse ir temprano con una tarjeta y un obsequio, el siguiente año, para felicitarlo, el día de su cumpleaños.

Me quedé pensando: “¿Cuántas veces agradecemos?”

A veces dejamos muy solos a nuestros buenos sacerdotes. Y no puede ser. Hagamos algo por ellos.

Suelo decirles: “Gracias por ser sacerdote”. Y cuando les mando un libro o una tarjeta, esta frase nunca falta:

“GRACIAS POR SER SACERDOTE”.

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