Los aficionados católicos de la franquicia de cine de The Conjuring o Expediente Warren tendrán mucho por lo que alegrarse con la última entrega de la serie de películas. A falta quizás de otros logros, La monja al menos sí confirma de una vez por todas que el universo Expediente Warren está regido por creencias y principios católicos. Por otro lado, los entusiastas del terror en general, católicos o no, podrían no quedar tan entusiasmados ya que, tristemente, La monja se queda un poco corta en el departamento de sustos.
Como es probable recuerden los espectadores, la monja titular fue una de las formas que el demonio Valak eligió para aparecer en Expediente Warren: El caso Enfiel (El conjuro 2, en Hispanoamérica; The Conjuring 2, en su versión original), aspecto que escogió para cuestionar la fe de las versiones altamente ficticias de Ed y Lorraine Warren. La monja nos remonta a 1952 para mostrarnos exactamente por qué a Valak le gustó tanto este aspecto en particular. Pista: es un demonio, así que si ya supusiste que es para burlarse y perturbar a los fieles, has acertado.
La película comienza en un castillo rumano convertido en abadía donde una hermana joven decide poner fin a su propia vida antes que permitir que el demonio confinado en sus mazmorras entre en su cuerpo y escape al mundo. Para asegurarse de que el monasterio no ha sido profanado por este acto, poniendo así en peligro su propósito súper secreto por estar ubicado en el castillo, el Vaticano envía al solucionador de problemas espirituales, el padre Burke (Demián Bichir), para que evalúe la situación.
Acompañando al buen padre (que debe de ser jesuita porque lleva corbata cuando viaja) está sor Irene (Taissa Farmiga), una postulante que el Vaticano considera que puede ser útil debido a su tendencia a tener visiones. A los dos se les une en su viaje Frenchie (Jonas Bloquet), la única persona del pueblo cercano que se atreve a acercarse al monasterio. Y ni siquiera a él le gusta quedarse allí demasiado tiempo, como deja copiosamente claro una y otra vez.
Lo que sucede después de que el trío llega a las puertas del monasterio se queda en piltrafa de terror trillado. Hay figuras medio visibles a la vuelta de cada esquina, algunos sobresaltos desperdigados y la aparición ocasional del personaje titular, que sigue siendo una efectiva adición espeluznante al canon de monstruos. Por desgracia, los fragmentos de miedo por alguna razón nunca terminan de cuajar, así que solo cabe esperar unos pocos momentos de verdadero terror.
Aun con todo, la película no es un desastre total. Los actores son sólidos y aprovechan al máximo lo que se les da para trabajar. La película en sí es visualmente atractiva, renunciando por fortuna al aspecto desteñido de tantas películas de terror modernas y optando por una paleta natural. Con su ambiente gótico y su elección de los ángulos de cámara, La monja se parece en gran medida a una de las producciones de la antigua Hammer Horrors de los años 60, aunque sin los cuantiosos planos de pechos agitados de aquellas películas. Después de todo, estamos hablando de una película centrada en un grupo de monjas de clausura.
Y a propósito de esto, es casi asombroso el nivel de respeto que se le presta al catolicismo en la película. Al margen de un pequeño comentario por el principio de la película en relación a la tendencia del Vaticano a guardar secretos (codazo, codazo, guiño, guiño), La monja refleja fielmente la religión. El sacerdote tiene problemas de su pasado, pero nunca vacila en la fe. La joven postulante es sincera, dedicada y (sorpresa) no se siente tentada en absoluto por las atenciones de Frenchie. En cuanto a la Iglesia misma, es la buena de la peli, probablemente lo único que se interpone entre el mundo y las fuerzas sobrenaturales que quieren corromperlo y destruirlo.
Ah, ¿y cuál es la principal arma de defensa más utilizada en la película? Quizás quieras sentarte para esto: es la oración. Hay más oración en La monja que en las últimas diez películas religiosas que he visto juntas. De hecho, si se presta atención, es muy probable que todos en el público puedan recitar al menos parte del Ave María en latín para cuando lleguen los créditos. Tanta oración hay. Y mejor todavía, funciona. Por supuesto, tiene que haber un resquicio al final que permita a Valak aparecer en su papel en The Conjuring 2, pero la mayor parte de la filosofía de la película es que si quieres derrotar al mal que está tratando de destruir a los fieles, la oración es la primera línea de defensa. Puedes sacar las armas pesadas, como las reliquias, cuando sea necesario, pero siempre se empieza con la oración.
Aunque solo sea por eso, es un momento muy interesante para el estreno de La monja. Puede que la película no sea lo suficientemente aterradora para los fanáticos del terror, pero para los fieles que están pasándolo mal con todas las malas noticias últimamente, el mensaje subyacente no podría ser más oportuno.
Fuente: Aleteia
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