Dios está enterado de todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Y ni siquiera un pajarillo cae a tierra sin que él lo sepa (Mateo 10:29). Por tanto, cuando alguien está orando, Dios oye lo que está diciendo. Pero ¿tomará en cuenta todas las cosas que se le piden?
No siempre. Veamos lo que en la Biblia se nos dice al respecto: “La mano del Señor no es corta para salvar, ni es sordo su oído para oír. Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios. Son estos pecados los que lo llevan a ocultar su rostro para no escuchar” (Isaias 59:1-2; todos los pasajes citados en este recuadro son de la Nueva Versión Internacional).
Jesús mismo nos aconseja: “Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa” (Mateo 6:5).
¿Qué debemos hacer, entonces, para que Dios escuche y conteste nuestras oraciones? En los versículos 6 y 7 del mismo capítulo nuestro Salvador continúa: “Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. Y al orar, no hablen sólo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras”.
En la Biblia podemos ver que en ciertos casos son apropiadas las oraciones frente a un grupo de personas. Pero la gran mayoría de nuestras oraciones deben ser sinceras conversaciones privadas con Dios.
Nuestro Creador ha prometido escucharnos siempre y cuando nos acerquemos a él en una actitud de sincera sumisión a su voluntad, dispuestos a aceptar la guía y corrección que nos da en su Palabra. “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal” (1 Pedro 3:12).
Dios se fija en nuestra actitud, lo que hay en nuestro corazón (1 Samuel 16:7), no en nuestros pecados pasados. Él puede ver el camino por el que nos dirigimos, y eso es lo que le interesa.
En Santiago 1:5-6 se nos dice que lo que le pidamos a Dios, él nos lo concederá “a todos generosamente sin menospreciar a nadie”. Pero debemos pedírselo “con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento”.
Dios está especialmente interesado en los fines que perseguimos cuando oramos. Si verdaderamente deseamos lo que es de su agrado y oramos conforme a ello, él se complace en escucharnos. Nos contesta según su perfecto juicio, conforme a lo que sabe es más conveniente para nosotros.
Lamentablemente, no todos oran con buenos fines y “cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones” (Santiago 4:3). Dios ni siquiera tiene en cuenta las peticiones de quienes sólo están interesados en satisfacer sus propios deseos y no en agradarlo a él.
Dios mira cuál es nuestra actitud. Sabe por qué le pedimos, y sabe lo que hay en nuestro corazón.
La oración es algo imprescindible en nuestra relación con Dios. Por tanto, en 1 Tesalonicenses 5:16-18 se nos exhorta: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”. Siempre que oremos con esta actitud, ¡Dios nos escuchará!