Después de rebuscar tiempo entre tus actividades diarias para orar, la tarea no resulta fácil para la mayoría de nosotros. Posiblemente todos podamos apartar 30 minutos diarios para orar, pero de nada nos servirá ¡si no sabemos cómo orar!
Antes de comenzar, déjenme decirles una cosa: descubrir cómo orar es una aventura que dura toda una vida y los métodos que describiré a continuación son un punto de partida, un mapa que nos indica la dirección correcta.
Recordemos, además, que la oración no es rígida ni está llena de reglas que debemos usar. Si nos restringimos a recitar “100 Padre nuestros y 400 Avemarías” a diario y vemos el ir a Misa como otra tarea en nuestra lista de quehaceres, entonces estamos obviando el punto de todo esto.
La oración, antes que nada, es una relación. A como dijo Santa Teresa de Lisieux tan elocuentemente:
“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría.” (Historia de un alma)
Esta frase fue puesta, deliberadamente, al inicio de la sección del Catecismo sobre “Qué es la Oración” y debería mantenerse siempre en mente. La oración es siempre una acción del corazón, mientras buscamos a Dios y postramos delante de Él todas nuestras necesidades y preocupaciones.
Dios es el novio y todos nosotros somos Su novia. Él nos guía de formas diferentes y casi nunca en la misma forma. Él siempre nos está desafiando y haciéndonos señas para que le sigamos “más allá y más adentro”. Él es, también, el León de la Tribu de Judá y a como le ha descrito C.S. Lewis en Las Crónicas de Narnia: “Él es salvaje, sabes. No como un león dócil.” Dios es salvaje en un buen sentido. Uno no puede simplemente inmovilizarlo y tratarlo como a una máquina dispensadora de caramelos; “Si rezo 10 Rosarios hoy, mi oración será respondida”. Dios quiere enseñarnos cómo amarle y el amor es siempre una aventura.
Habiendo dicho esto, he aquí tres métodos de oración que tienen el poder de cambiar tu vida. No estoy diciendo que debes usar estos métodos y hacerlo siempre de forma sistemática. Simplemente estoy ofreciendo estos métodos para que los tomes en tu búsqueda para acercarte al corazón de Dios.
1.- De Corazón a Corazón
El primer método que deberíamos explorar en la oración es una conversación de corazón a corazón con Dios. Es la manera más simple pero a la vez más difícil de orar. Consiste en hablar a Dios como si se estuviese hablando con la persona a la que se le tiene más confianza. Esto significa no solamente hablar acerca de los sentimientos superficiales, pensamientos o deseos, sino más importante aún, hablar acerca de lo que realmente está molestándote en tu corazón. Puede que haya una herida profunda que está aún ahí desde tu infancia o una duda real de si Dios existe debido a un mal profundo que ha acontecido en tu vida. Por encima de todo, entrégale todo a Dios, especialmente los deseos y heridas más profundas de tu corazón.
No hay una fórmula en este método de oración. Es una simple conversación con Dios, donde hablamos, pero además escuchamos (y a menudo las respuestas no llegan inmediatamente o en formas audibles).
2.- Reconoce. Relaciónate. Recibe. Responde. (RRRR)
Este otro método viene de la sabiduría de San Ignacio de Loyola y aquellos que trabajan con el Instituto para la Formación Sacerdotal. Jim Beckman lo resume en su libro Dios, ayúdame: Cómo crecer en la oración:
Primero, nos ponemos en contacto con lo que realmente se está moviendo en nuestros corazones, particularmente en el nivel más profundo – reconocemos.
Segundo, relacionamos estos movimientos a Dios en la oración.
Tercero, escuchamos y recibimos lo que Él quiera darnos como respuesta y lo que le hemos compartido.
Finalmente, respondemos a lo que acabamos de recibir, lo que es usualmente un movimiento natural, no algo forzado.
Al realizar estas acciones, hablamos con Dios y discernimos qué es lo que Él está haciendo en nuestros corazones y respondemos a donde quiera que Él nos esté guiando.
3.- Lectio Divina
Una grandiosa forma de comenzar a reconocer cómo nos habla Dios es por medio de la antigua práctica de Lectio Divina. El Papa Benedicto XVI habló acerca de la importancia de este tipo de oración hace algunos años:
“Me gustaría particularmente recordar y recomendar la antigua tradición de Lectio Divina: La lectura diligente de las Sagradas Escrituras acompañadas de oración trae consigo un diálogo íntimo en el que la persona que lee escucha a Dios quien le habla, y en oración, le responde con confiada apertura de corazón’ (véase también “Dei Verbum”, n. 25). Si se promueve efectivamente, esta práctica le traerá a la Iglesia – estoy convencido de ello – un nuevo tiempo de florecimiento espiritual.
Lectio Divina o “lectura divina” es un método de oración que implica reflexionar sobre las Sagradas Escrituras y sumergirse a sí mismo en la escena, descubriendo lo que Dios quiere decirnos en un pasaje específico. En internet podemos encontrar grandiosos recursos que describen los varios pasos del Lectio Divina y que nos pueden ayudar a ponerlo en práctica.
A manera de nota, pueden practicar la Lectio Divina diariamente leyendo las lecturas diarias de la Misa o simplemente al ir leyendo un capítulo de los Evangelios por día.
Ciertamente hay muchos otros métodos de oración, pon estos tres en el centro de una relación profunda con Dios. No debemos tener miedo de ser vulnerables ante Dios y de hablarle acerca de las preocupaciones y problemas de nuestra vida.
Estoy seguro de que después de leer esto estuvieses esperando algo más complicado: una fórmula que dijera “Haz esto, esto y esto y experimentarás un éxtasis divino”. Pero la oración no funciona así.
La oración es como una historia que San Juan María Vianney relaciona con un feligrés. Él encontró a un hombre sentado en su iglesia frente al tabernáculo y le preguntó qué estaba haciendo. El hombre le respondió divinamente:
“Yo lo miro y Él me mira”
Eso es la oración.
Ciertamente podemos usar oraciones formuladas, y de hecho deberíamos hacerlo. Deberíamos rezar el Rosario a diario, pero ésa no debería de ser la única forma de oración que practiquemos.
Recuerda, la oración es una relación. Es una aventura. El truco real es permitir que Dios nos guíe y seguirle con completa confianza. Debemos tener fe y esperanza de que Dios sabe lo que necesitamos y que Él conoce el camino para llegar a la Vida Eterna. De hecho, Él es el Camino.