Después de saludar a los fieles presentes en la Plaza de España en Roma y a las autoridades civiles y religiosas, Papa Francisco se situó bajo la gran columna sobre la que se alza la estatua de la Inmaculada y pronunció esta oración:
Madre Inmaculada,
en el día de tu fiesta, tan querida para el pueblo cristiano,
vengo a rendirte homenaje en el corazón de Roma.
En mi ánimo llevo a los fieles de esta Iglesia
y a todos lo que viven en esta ciudad, especialmente a los enfermos
y a cuantos por, diferentes situaciones, experimentan grandes fatigas para ir adelante.
Antes de nada, queremos agradecerte
por el cuidado materno con que nos acompañas en nuestro camino:
¡Cuántas veces escuchamos contar, con lágrimas en los ojos,
a quienes han experimentado tu intercesión,
las gracias que pides por nosotros a tu Hijo Jesús!
Pienso también en una gracia ordinaria para la gente que vive en Roma:
La de afrontar con paciencia los desafíos de la vida cotidiana.
Pero para ello te pedimos la fuerza para no resignarnos, al contrario,
que cada uno ponga de su parte para mejorar las cosas,
para que el cuidado de cada uno haga de Roma más bella y habitable para todos;
para que el deber bien hecho de cada uno asegure los derechos de todos.
Y pensando en el bien común de esta ciudad, te pedimos por aquellos que desempeñan funciones de mayor responsabilidad:
dales sabiduría, amplitud de miras, espíritu de servicio y de colaboración.
Virgen Santa,
deseo confiarte de modo particular a los sacerdotes de esta Diócesis:
los párrocos y vice párrocos, los sacerdotes ancianos que con su corazón de pastores
continúan trabajando al servicio del pueblo de Dios,
y tantos sacerdotes estudiantes de todas partes del mundo que colaboran en las parroquias.
Para todos ellos te pido la dulce alegría de evangelizar y el don de ser padres, cercanos a la gente, misericordiosos.
A ti, Señora toda consagrada a Dios, te confío a las mujeres consagradas a la vida religiosa y a la secular,
que, gracias a Dios, en Roma son muchas, más que en otras ciudades del mundo,
y conforman un mosaico estupendo de nacionalidades y culturas.
Para ellos te pido la alegría de ser, como tú, esposas y madres, fecundas en la oración, en la caridad, en la compasión.
Oh Madre de Jesús,
una última cosa te pido, en este tiempo de Adviento,
pensando en los días en tú y José os encontrabais bajo el ansia
por el nacimiento de vuestro hijo,
preocupados porque era el tiempo del censo y también vosotros debíais dejar vuestro pueblo, Nazareth, y
viajar a Belén…
Tú sabes qué significa llevar vida en el seno
ysentir la indiferencia alrededor, el rechazo, en ocasiones el desprecio.
Por eso te pido que permanezcas cercana a las familias que hoy, en Roma, en Italia, en el mundo entero, viven situaciones similares,
para que no los abandones, sino que los tuteles en sus derechos,
derechos humanos que están antes que cualquier otra exigencia legítima.
Oh María Inmaculada,
aurora de esperanza al horizonte de la humanidad,
vela por esta ciudad,
por las casas, por las escuelas, por las oficinas, por las tiendas,
por las fábricas, por los hospitales, por las cárceles;
que en ningún lugar falte lo que Roma tiene de más precioso,
y que conserva para el mundo entero, el testamento de Jesús:
‘Amaos los unos a los otros, como yo os he amado’.
Amén.