En la Basílica de San Francisco, en Siena, Italia, 223 hostias se conservan intactas desde hace 276 años.
Al respecto, dice el científico Enrico Medi:
“Esta intervención directa de Dios es el milagro (…), realizado y mantenido como tal milagrosamente durante siglos, para atestiguar la realidad permanente de Cristo en el Sacramento Eucarístico”. El milagro sucedió el día 14 de agosto de 1730. La más antigua memoria escrita del evento fue redactada el mismo año, y firmada por un cierto Macchi.
Ese mismo día, unos ladrones se infiltraron en la basílica y robaron el sagrario, que contenía 351 partículas consagradas.
Tres días después, o sea, el 17 de agosto, todas las 351 partículas aparecieron en el cofre de limosnas del santuario de Santa María de Provenzano, donde habían sido llevadas. Aparecieron mezcladas con el polvo acumulado en el fondo del cofre.
El pueblo corrió a conmemorar la recuperación de las santas hostias, que fueron llevadas de vuelta en procesión a la Basílica de San Francisco.
Transcurrieron los años y no se percibía señal alguna de las alteraciones que naturalmente deberían ocurrir.
El 14 de abril de 1780, el Superior General de la Orden Franciscana, Fray Carlo Vipera, consumió una de las hostias y comprobó que estaba fresca e incorrupta. Como algunas de ellas habían sido distribuidas en años anteriores, el superior ordenó entonces que las 230 restantes fueran guardadas en un nuevo sagrario y que no se distribuyeran.
Queriendo aclarar el inexplicable fenómeno, en 1789 el arzobispo de Siena, D. Tibério Borghese, guardó algunas hostias no consagradas en una caja en condiciones análogas a las de las hostias consagradas.
Después de diez años, una comisión de científicos escogidos especialmente para estudiar el caso abrió la caja y sólo encontró gusanos y fragmentos putrefactos.
Mientras, las hostias consagradas se conservaban como pueden ser vistas hasta hoy, contrariando todas las leyes físicas y biológicas.
En 1850 se hizo un test similar con los mismos resultados.
En varias ocasiones, las hostias fueron analizadas por personas de confianza o ilustres por su saber, y las conclusiones siempre eran las mismas: “Las sagradas partículas aún están frescas, intactas, físicamente incorruptas, químicamente puras y no presentan ningún inicio de corrupción”.
La más importante verificación tuvo lugar en 1914, cuando el papa san Pío X autorizó un examen en el que participaron numerosos profesores de bromatología, higiene, química y farmacéutica.
Los científicos concluyeron que las hostias fueron preparadas sin ninguna precaución científica y que habían sido guardadas en condiciones comunes, factores que deberían haberlas llevado a deteriorarse naturalmente. Sin embargo, estaban en tan buen estado que podían ser consumidas 184 años después del milagro.
Siro Grimaldi, profesor en la Universidad de Siena y director del Laboratorio Químico Municipal, fue el principal científico de la comisión de 1914.
Él escribió un libro con detalles preciosos sobre el milagro, titulado Uno Scienziato Adora. En 1914 declaró que “la harina en grano es el mejor caldo de cultivo de microorganismos, parásitos animales y vegetales, y fermentación láctica. Las partículas de Siena están en perfecto estado de conservación, contra las leyes físicas y químicas, a pesar de las condiciones del todo desfavorables en que fueron encontradas y conservadas. Un fenómeno absolutamente anormal: las leyes de la naturaleza se invirtieron. El vidrio en que fueron encontradas tenía moho, mientras que la harina se reveló más refractaria que el cristal”.
En 1922 se hicieron nuevos análisis, con ocasión de la transferencia de las hostias a un cilindro de cristal de roca puro, en presencia del cardenal Giovanni Tacci y de los arzobispos de Siena, de Montepulciano, de Foligno y de Grosseto. Los resultados fueron los mismos. Aún hubo nuevos análisis en 1950 y 1951.
El 5 de agosto de 1951, cinco días antes de la fiesta del milagro, el tabernáculo fue objetivo de un nuevo atentado, esta vez con un objetivo bien definido: acabar con las hostias conservadas de modo sobrenatural.
Los profanadores sustrajeron el relicario de oro y esparcieron las partículas del milagro por el suelo de la capilla. Sin embargo, el daño fue nulo, y menos de un año después fueron expuestas nuevamente en un relicario especial, donde hoy pueden ser adoradas.
Durante una visita pastoral a la ciudad de Siena, el 14 de septiembre de 1980, así se manifestó Juan Pablo II ante las prodigiosas hostias: “¡Es la Presencia!”
Las milagrosas partículas permanecen en la capilla Piccolomini durante los meses de verano, y en la capilla Martinozzi los meses de invierno.
Los ciudadanos de Siena realizan numerosos actos en honor de las Santas Hostias. Entre ellos, el homenaje de las Contradas, y el obsequio ofrecido por los niños que hacen la Primera Comunión, la solemne procesión en la fiesta del Corpus Christi, el septenario eucarístico de fin de septiembre y la adoración eucarística el día 17 de cada mes, en recuerdo de la recuperación que tuvo lugar el 17 de agosto de 1730.
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