Santa Veronica vio precipitar una lluvia de almas, oye gritos, voces lamentosas, blasfemias y maldiciones contra Dios. Ve monstruos, serpientes, llamas desmesuradas.
La visión del Infierno que tuvo en 1696:
«Me pareció que el Señor me hubiese mostrado un lugar muy oscuro; pero estaba un incendio como si fuese una gran fundición. Eran llamas y fuego, pero no se veía luz; oía chirridos y ruidos, pero no se veía nada; salían un hedor y humo horrendos, pero no hay, en esta vida, algo con que se podría comparar. A este punto, Dios me da una comunicación sobre la ingratitud de las creaturas, y como Le desagrade este pecado. Y ahí se demostró todo afligido, flagelado, coronado de espinas, con viva, pesada Cruz en Su Espalda. Así me dijo: “Mira bien este lugar que nunca tendrá fin. Allí está, por tormento, Mi Justicia y Mi rigurosa indignación”. En ésto, mientras me pareció oír un gran ruído, aparecieron muchos demonios: todos, con cadenas, tenían bestias atadas de diferentes especies. Dichas bestias, en un instante, se volvieron creaturas (hombres), pero tan espantosas y feas, que me daban más terror que no los mismos demonios. Yo estaba toda temblorosa, y me quería acercar donde estaba el Señor. Pero, no obstante estuviese poco espacio, nunca pude acercarme más. El Señor sangraba, y estaba bajo aquel grave peso. ¡Oh Dios! Yo habría querido recoger la Sangre, y tomar aquella Cruz, yo con gran ansiedad deseaba el significado de todo. En un instante, aquellas creaturas se volvieron, de nuevo, en figuras de bestias, y luego, todas fueron precipitadas a aquel lugar muy oscuro, y maldecían a Dios y a los Santos. Aquí me llegó un rapto, y me pareció que el Señor me hubiese hecho entender que aquel lugar fuese el Infierno, y aquellas almas estaban muertas, y, por el pecado, se habían convertido como bestias, y que, entre ellas, estaban unos religiosos también […]
Me pareció trasladarme a un lugar desierto, obscuro y solitario, donde no oía nada más que gritos, chirridos, silbidos de serpientes, ruidos de cadenas, de ruedas, de herraduras, estallidos tan grandes, que, a cada golpe, pensaba que todo el mundo se derrumbara. Y yo no tenía apoyos donde dirigirme; no podía hablar; no podía invitar al Señor. Me parecía que fuese el lugar de castigo y de indignación de Dios hacia mí, por las tantas ofensas hechas a Su Divina Majestad. Y tenía delante de mí todos mis pecados […]
Sentía un incendio de fuego, pero no veía llamas; mucho más que los golpes sobre mí; pero no veía a nadie. En un instante, sentía como una llama de fuego que se acercaba a mí, y me sentía golpear; pero no veía nada. ¡Oh! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! Describirlo no puedo; y además, solamente recordarme de eso, me hace temblar. Al final, entre tantas tinieblas, me pareció ver una pequeña lumbre como por el aire. Poco a poco se agrandó mucho. Me parecíó que me aliviaba de tales penas; pero no veía nada más.»
Otra visión del Infierno es del 17 de enero de 1716. La Santa cuenta fue trasladada por algunos ángeles al Infierno:
«En un abrir y cerrar de ojos me encontraba en una región baja, negra y fétida, llena de mugidos de toros, de gritos de leones, de silbidos de serpientes […]. Una gran montaña se alzaba a pique delante de mí y estaba toda cubierta de áspides y basiliscos unidos juntos […]. La montaña viva era un clamor de maldiciones horribiles. Esa era el Infierno superior, es decir el infierno “benigno”. De hecho, la montaña se abrió de par en par en sus costados abiertos y vi a una multitud de almas y demonios entrelazados con cadenas de fuego. Los demonios, extremadamente furiosos, molestaban a las almas, las cuales gritaban desesperadas. A esta montaña seguían otras montañas más horrendas, cuyas entrañas eran teatro de atroces y indescriptibles suplicios.
En el fondo del abismo vi un trono monstruoso, hecho de demonios terroríficos. En el centro una silla formada por los jefes del abismo. Satanás estaba sentado allí con su indescriptible horror, y desde allá observaba a todos los condenados. Los ángeles me explicaron que la visión de satanás forma el tormento del Infierno, así como la visión de Dios forma la delicia del Paraíso. Mientras tanto, notaba que el mudo cojín de la silla eran Judas y otras almas desesperadas como él. Pregunté a los ángeles quienes fuesen aquellas almas y tuve esta terrible respuesta: “Ellos fueron dignitarios de la Iglesia y prelados religiosos.”»
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