Señor Jesucristo:
Al mirarte, pienso que no solo me dejaste tus vestidos y túnica ensangrentada al pie de la cruz, junto a tu madre, para poder cubrir con ella mi desnudez y recuperar la dignidad de hijo adoptivo de Dios, sino que te mostraste despojado, desnudo, sin el refugio pudoroso del paño de pureza.
Has querido redimir desnudo, sobre el árbol de la Cruz, árbol también desnudo, el sonrojo y la vergüenza del Adán primero, escondido de la mirada divina detrás de los árboles.
El éxtasis de tu Padre al crear al ser humano mirándote a ti, te ha costado la ofrenda de tu cuerpo destrozado, para que el Creador mantuviera la mirada complacida sobre su criatura.
En tu carne herida, encuentro la razón de mi esperanza. Con tu cuerpo ofrecido me invitas a respetar el mío y el de todo ser semejante.
¡Cuerpo entregado por amor en el lecho áspero de la Cruz para curarnos de todo hedonismo y especulación consumista con el don precioso de nuestro cuerpo, hecho a imagen del tuyo!
¡Cruz exaltada como trofeo porque has triunfado frente a toda vejación, transfigurando las llagas de Cristo en puertas bendecidas!
Cristo, déjame entrar por la puerta más ancha, aunque sea de las estrechas, de tus llagas, la de tu costado abierto, y ahí déjame sentir que la razón de tanta luz en tus heridas no es otra que la irradiación de tu corazón enamorado de la humanidad.
Te has entregado por mí, para que yo recupere la posibilidad de entregarme a ti por amor, en mi carne herida, y en ella aprenda a ser compasivo con tantos que arrastran sus dolencias sin esperanza.
El arte, Señor, te muestra crucificado de muchas formas hermosas, estéticas, quizá por el deseo compasivo de los distintos artífices de endulzar tu dolor plasmando y esculpiendo la belleza de tu cuerpo perfecto. Sin embargo, tu Cruz rompe todo canon de armonía y eleva así todo sufrimiento, desprecio, abandono, injuria, pecado, y se convierte en trofeo, porque en ella has vencido toda afrenta, transfigurando las llagas de tus pies y manos en puertas bendecidas, puertas de perdonanza, en señales amorosas de identidad. Y tu costado en puerta santa de misericordia.
Ahora puedes decir con razón, y nadie se sentirá excluido: “Venid a mi, todos los que estáis cansado, que yo os aliviaré”.