Al poco tiempo de ser elegido Papa el 16 de octubre de 1978, San Juan Pablo II agradeció de manera especial a Santa Eduviges, cuya fiesta la Iglesia celebra hoy.
En la Misa que presidió en el santuario de Jasna Gora el 5 de junio de 1979, el Santo recordó de manera especial al santuario de Santa Eduviges, en Trzebnica (Polonia).
“Y lo hago por una razón concreta. La Providencia Divina, en sus inescrutables designios, eligió el día 16 de octubre de 1978 como el día del cambio definitivo en mi vida”.
“El 16 de octubre -prosiguió- festeja la Iglesia en Polonia a Santa Eduviges, y de ahí que me sienta particularmente obligado a dedicar hoy a la Iglesia en Polonia este recuerdo a la Santa que, además de ser patrona de la reconciliación con las naciones limítrofes, es también patrona del día de la elección del primer polaco para la Cátedra de Pedro”.
Juan Pablo II recordó ese día a Santa Eduviges: “Esposa de Enrique llamado el Barbudo, de la dinastía de los Piast, procedía de la familia bávara de los Andechs. Esa santa entró en la historia de nuestra patria e, indirectamente, en la de toda la Europa del siglo XIII, como la ‘mujer perfecta’ (cf. Prov 31, 10) de la que habla la Sagrada Escritura”.
“En nuestra memoria quedó fuertemente grabado el acontecimiento cuyo protagonista fue su hijo, el Príncipe Enrique el Pío. Fue él quien opuso una válida resistencia a la invasión de los tártaros, invasión que en 1241 atravesó Polonia viniendo del Este, de Asia, y deteniéndose solamente en Silesia, junto a Legnica”, dijo.
El Papa explicó también que “Enrique el Pío cayó, es verdad, en el campo de batalla, pero los tártaros se vieron obligados a retirarse y jamás llegaron ya tan cercanos al oeste en sus correrías. Tras el heroico hijo estaba su madre, que le infundía valor y encomendaba a Cristo crucificado la batalla de Legnica”.
“Que pueda este Papa, el cual os habla aquí desde la cumbre de Jasna Gora, servir eficazmente la causa de la unidad y de la reconciliación del mundo contemporáneo. No dejéis de sostenerlo en esto, con vuestras oraciones, en toda la tierra polaca”, concluyó San Juan Pablo II.