La Navidad de un santo
Devoto de la Santísima Virgen María y del rezo diario de varios rosarios, el santo de los estigmas, Padre Pío, tenía también un vínculo de amor con Jesús Niño, que cuidaba con celo… evitando incluso que se hicieran públicos algunos eventos extraordinarios que ocurrían mientras se le veía en compañía del Hijo de Dios.
La santidad del sacerdote capuchino -que sería oficialmente reconocida por la iglesia cuando el santo Papa Juan Pablo II lo canonizara oficialmente el 16 de junio del año 2002-, comenzó a manifestarse en su infancia, según narran historiadores y biógrafos.
Mientras sus padres trabajaban en el campo, modelaba con barro las pequeñas imágenes del nacimiento; las colocaba en una pequeña gruta excavada en la pared más grande de la casa, y preparaba luego las lucecitas, llenando con unas pocas gotas de aceite y un poco de estopa las conchas vacías de los caracoles, que hacía vaciar y limpiar a su amigo Luis Orlando, ya que “no tenía el coraje de llevar a cabo esta operación”.
Después, colocaba alrededor de la gruta grandes trozos de musgo que sacaba del tronco de los árboles con un cortaplumas. Permanecía entonces horas y horas delante del nacimiento, cantando nanas o rezando el Rosario.
La oración al Niño Jesús
Luego de mayor, contaba los días que faltaban para Navidad. Enviaba a todos sus augurios de paz, de serenidad, de alegría…
“El celeste Niño te conceda experimentar en tu corazón todas las santas emociones que me hizo gozar a mí en la bienaventurada noche, cuando fue colocado en el pobre portal”, dice el santo en una de sus cartas (Epist. I,981).
En los días que precedían a Navidad, el Padre Pío escribía también a sus hijas espirituales invitándoles a orar a Jesús Niño…
“Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.
¿Cómo resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?
Oh, acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo, saborearemos lo dulce y suave que es amarlo” (Epist. II,273).
“Estad muy cerca de la cuna de este gracioso Niño… Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.
Sé rica de amor hacia este celeste Niño, respetuosa en la actitud que tomes ante él en la oración, y plenamente dichosa al sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser singularmente suya” (Epist. III,346s).
Apariciones
Fruto de esta misma devoción orante que practicaba desde pequeño, se conocen al menos tres eventos extraordinarios que vinculan al santo con Jesús Niño.
Primera aparición (noviembre de 1911). Desde finales de octubre de 1911 hasta el 7 de diciembre del mismo año, el Padre Pío residió en el convento de Venafro (Isernia). Aquí en un éxtasis cuya fecha no precisa el padre Agostino de San Marco in Lemis, se apareció al Padre Pío el Niño Jesús. La particularidad es que el Niño Jesús apareció con los estigmas de la crucifixión en manos, pies y costado.
A sus cronistas no extraña aquél signo, pues para san Pío de Pietrelcina contemplar el misterio de la Navidad era ver al Niño Jesús a la luz del misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Segunda aparición (20 de septiembre de 1919). Esta aparición está documentada por el Padre Raffaele de Sant’Elia a Pianisi en el manuscrito, ‘Apuntes breves sobre la vida del Padre Pío y mi larga permanencia con él’. También en esta aparición hay una referencia a los estigmas y, en ello, al misterio de la Salvación que la Navidad contiene…
“Después de ocho años de vida militar, debía continuar los estudios de teología y prepararme para la ordenación sacerdotal. Yo dormía en una celda estrecha, casi enfrente a la número 5, que era del Padre Pío. La noche entre el 19 y 20 (de septiembre de 1919) no podía dormir. Hacia media noche me levanto, asustado. El pasillo estaba sumergido en la oscuridad, rota solo por la luz tenue de un candil de petróleo. Mientras estaba a la puerta para salir, veo pasar al Padre Pío, todo luminoso, con el Niño Jesús en brazos. Avanzaba lentamente murmurando oraciones. Pasa delante de mí, todo radiante de luz, y no advierte mi presencia. Sólo algunos años después he sabido que el 20 de septiembre era el primer aniversario de sus llagas”.
Tercera aparición (24 de diciembre de 1922). Lucía Ladanza, hija espiritual del Padre Pío, es quien narra lo ocurrido el 24 de diciembre de 1922 cuando quiso pasar la vigilia de Navidad junto al Padre.
Aquella noche hacía frío y los frailes habían llevado a la sacristía un brasero con fuego. Ella, y otras tres mujeres se quedaron junto al brasero esperando la media noche, para asistir a la Misa que debía celebrar el Padre Pío. Las otras tres mujeres comenzaron a adormecerse, mientras ella seguía rezando el rosario. En ese momento vio que por la escalera interior de la sacristía, bajaba el Padre Pío y se detuvo junto a la ventana. De improviso, dice, envuelto en un halo de luz apareció el Niño Jesús entre los brazos del Padre Pío… cuyo rostro se volvió todo radiante. Cuando desapareció la visión, el Padre advirtió que Lucía, estaba despierta y lo miraba fijamente, atónita. Se le acercó y le dijo: “Lucía, ¿qué has visto?” Ella respondió: “Padre, he visto todo”. El Padre Pío, entonces, le advirtió con severidad: “No digas nada a nadie”.
Fuente: Portaluz
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