Raymond Nader es un ingeniero electromecánico libanés, muy devoto a San Charbel.
En 1994, Raymond Nader tuvo la oportunidad de pasar una noche en la ermita donde el santo había pasado los últimos 23 años de su vida.
Raymond Nader: el toque de San Charbel
“De pronto sentí calor a mi alrededor en esa noche fría, y un viento fuerte y cálido empezó a soplar. No obstante, comprobé con gran asombro que las llamas de las velas no se habían apagado y no se movían. Intenté encontrar una explicación científica, pero pensé que debía estar soñando o alucinando. De pronto perdí mis cinco sentidos. Ya no había ni más calor, ni viento ni llamas. Me encontraba en un mundo distinto, un mundo bañado en luz. No la luz normal que todos conocemos, no blanca, sino transparente como agua cristalina. La luz no venía de una dirección específica, sino de todas partes. Era mil millones de veces más brillante que la luz del Sol…” “En esa luz sentí una Presencia, no la podía ver, pero era consciente de ella. ‘No, no estás soñando, estás más despierto que nunca’. La Voz que me hablaba parecía no venir de ningún sitio y de todas partes a la vez. La pude oír en todos los rincones de mí mismo, aunque no con mis oídos físicos. Se expresaba no con palabras, no con sonidos.
La Presencia se mostraba como un ‘sentimiento’ de profunda paz, alegría y amor. En cierto momento sentí que esta experiencia había llegado a su fin. Yo quería que esta alegría y paz duraran para siempre, y que si la Presencia no podía quedarse, deseaba que al menos me llevara consigo; pero Él me dio a entender que Él está siempre aquí.”
Gradualmente Nader regresó a su conciencia normal. “Observé las velas con asombro: se habían consumido totalmente. Mi reloj indicaba que habían transcurrido cuatro horas en un abrir y cerrar de ojos. Me marché de la ermita, y dirigiéndome a mi coche, al pasar delante de la estatua de San Charbel, sentí calor en el brazo. Pensé que se trataría de una picadura de insecto. Pero el calor era cada vez más intenso. Me quité el jersey, y con la luz del coche pude ver las cinco huellas dactilares en mi brazo, mostrando cada detalle de un dedo humano, incluyendo los pliegues y las uñas. Estaban muy calientes, pero no me dolían en absoluto, sólo me picaban. Durante cinco días rezumó sangre y agua.”.
Raymond Nader: San Charbel, siempre junto a él
A partir de ese momento, nunca dejó de sentir una presencia junto a él, la de San Charbel, tal como había deseado. El Santo también le hizo recibir otros “mensajes” a lo largo de los años, pero esa noche dejó una marca indeleble en su brazo: sus cinco dedos, aún visibles, como una quemadura.
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