“No podíamos hacer nada por cambiar la situación. Lo único que podía hacer era rezar”. Para el chico de 14 años fue la fe en Cristo la que les salvó de la muerte
En los primeros días del verano de 2018, el mundo contenía la respiración por la suerte de los jóvenes jugadores de fútbol perdidos junto a su entrenador en una cueva en el norte de Tailandia.
Lo sucedido es ya del dominio público. Doce miembros de un equipo de fútbol local (los Moo Pa, los Jabalíes), de edades entre los 11 y los 17 años, fueron llevados por su entrenados al enorme complejo kárstico de Tham Luang. Un gesto imprudente, dada la prohibición absoluta de entrar durante los meses del monzón (de julio a noviembre). Las repentinas y violentas lluvias inundaron los ingresos, obligando al equipo a refugiarse en una gruta durante días y días, sin víveres ni bienes de primera necesidad.
En las operaciones de socorro tomaron parte más de mil personas procedentes de varios países. La movilización internacional – y la cobertura mediática – y fue imponente. Se puso mucho énfasis en el aspecto humano y empático del caso. Se discutió sobre el papel de la meditación budista, practicada por el entrenador, que mantendría en calma a los chicos. Sufrimos con la notizia de la triste suerte de Saman Kunan, el voluntario muerto durante las operaciones de rescate. Se hablo sobre qué impulsó a 11 de los 12 muchachos a emprender nueve días de noviciado en los templos budistas de la provincia.
Este enfoque comunicativo ha sido humanamente emocionante y culturalmente sugerente. Pero existe una extraordinaria “historia en la historia”, de la que no se ha escrito apenas, que ofrecemos aquí. Es la vida de ese duodécimo muchacho que no tomó parte en el noviciado budista. Es la identidad de una persona que los periódicos han pasado casi por alto como “el jabalí no budista”, o con un ligeramente menos vago “el único cristiano del grupo”. Es la auténtica experiencia de fe en las dificultades aparentemente sin solución. Es un detalle fundamental que ofrece más instrumentos para comprender los hechos.
Adun (que algunos erróneamente transcriben Adul) es originario del Wa, una región semi-autónoma en la frontera entre Birmania y China conocida por la guerrilla, por las plantaciones de opio y por el tráfico de metanfetaminas. Tras dejar su tierra con sus padres para buscar un futuro mejor en Tailandia, a los siete años empezó a asistir a los centros de la organización cristiana Compassion (que mediante la adopción a distancia mantiene a casi 2 millones de niños vulnerables en todo el mundo), gracias a la cual pudo acceder a una excelente educación primaria y crecer en los principios del Evangelio.
Su itinerario personal fue de vital importancia para el éxito de las operaciones de rescate en las cuevas de Tham Luang. Solo gracias a su extraordinaria capacidad lingüística (a los 14 años Adun habla perfectamente inglés, tailandés, birmano, mandarín y wa) los submarinistas británicos pudieron comprender las condiciones exactas en las que se hallaban los niños atrapados, y cuáles eran sus necesidades más inmediatas.
Único del grupo que hablaba en inglés (en un país donde menos de la tercera parte de la población se maneja en este idioma), Adun se distinguió también por la lucidez y serenidad con que mantuvo las comunicaciones con el exterior de la gruta. Cuando los socorristas finalmente lograron liberar el conducto por donde sacarían a los niños, se quedaron impresionados por la sonrisa optimista de Adun. Una calma interior que, como declaraba él mismo, es un don de Dios.
“Esta crisis enseñó a todos los cristianos la importancia de esperar y confiar en Dios, en la unidad de la oración”, comentaba el reverendo Decha Janepiriyaprayoon, de Bangkok. “Creemos que Dios usó a Adun al comunicarse el inglés con el equipo de socorro. Hemos experimentado el poder de la oración. Nuestra vida espiritual se ha reavivado, nuestra fe y nuestro amor se han reforzado”, concluye el religioso.
Muchas iglesias cristianas tailandesas, de todas las confesiones, se unieron a rezar, haciendo suyas las palabras de San Pablo a los Filipenses 4, 6-7:
“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.”.
Cuando los padres de Adun supieron que su hijo y los otros muchachos estaban vivos, dieron gracias a Dios y a la intervención de los creyentes:
“Gracias de corazón por las oraciones y por el aliento”, dijo la mamá conmovida. “Estoy agradecida a Dios y feliz de que los socorristas hayan encontrado a mi hijo y a los demás niños. Estoy muy feliz de haberlo visto, aunque fuese en la pantalla del teléfono de uno de los socorridas. Gracias a todos los que han rezado por nosotros y por los chicos”.
Tras volver sano y salvo al mundo exterior, Adún prefirió ir a su iglesia para contar la intervención de la Providencia en la oscuridad de aquella gruta:
“Era la décima noche. Muchos estaban perdiendo la paciencia, la esperanza, la energía física y el valor”, compartió con los fieles de la comunidad de su pueblo, la Maesai Grace Church.
“No podíamos hacer nada para cambiar la situación. Lo único que podía hacer era rezar. Dije a Dios: yo sólo soy un muchacho, pero Tu eres omnipotente y santo. En este momento no puedo hacer nada, solo Tu puedes protegernos y ayudarnos”. Una invocación de fe genuina, sincera, auténtica. Adun rezó por la familia de Saman Kunan, el voluntario muerto trágicamente en la misión de rescate. Su testimonio concluyó dando gracias a Dios por su liberación: “Di gracias a Dios por todo lo que nos sucedió a mi y a mis amigos, a los trece. Gracias a todos los que rezaron por el equipo, gracias a todos los que nos ayudaron. Que Dios los bendiga a todos. Gracias”.
Futbolista de talento, Adun toca magistralmente el piano y la guitarra, además de ser estudiante modelo. Como cualquier chico de su edad, sueña con un futuro brillante. En sus planes están ser médico y jugar con el Chiang Rai United Club. Él es una de las más de 400.000 personas registradas como apátridas en Tailandia. Al no tener certificado de nacimiento, ni carnet de identidad ni pasaporte, Adun no tiene derecho a casarse, a ser empleado, a abrir una cuenta bancaria, a viajar, a tener propiedades ni a votar. A pesar de ello, sabe que con el apoyo de su iglesia, con la profunda fe en Dios y con su determinación formará parte de una generación que dejará un signo en la sociedad.
Los responsables del centro al que asiste Adun han pedido explícitamente que los cristianos de todo el mundo, estén donde estén, sigan rezando por ellos. Porque “mucho vale la oración del justo hecha con insistencia” (Santiago 5, 16):
“Recen para que Adun y sus compañeros de equipo puedan recuperar la salud física y espiritual tras el incidente en la gruta de Tham Luang. Recen para que el proceso de petición de ciudadanía de Adun se concluya rápidamente y con resultado positivo. Recen por nuestra iglesia, para que pueda seguir atendiendo a las necesidades de la comunidad”.