El Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus este domingo 14 de febrero desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano e invitó a los fieles a vivir dos “transgresiones” concretas que figuran en el Evangelio.
Se refería el Pontífice a la escena de la curación del leproso por parte de Jesús contenida en el Evangelio de San Marcos.
En tiempos de Jesús “los leprosos eran considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer fuera de los lugares habitados. Eran excluidos de toda relación humana, social y religiosa”.
Jesús, en cambio, “deja que se le acerque aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca”.
De este modo, subrayó el Papa, “realiza la Buena Noticia que anuncia: Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, tiene compasión de la suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impida vivir nuestra relación con Él, con los demás y con nosotros mismos.
Es precisamente ahí donde se encuentran las dos “transgresiones”: “El leproso que se acerca a Jesús y Jesús que, movido por la compasión, lo toca para curarlo”.
“La primera transgresión es aquella del leproso: a pesar de las prescripciones de la Ley, sale del aislamiento y se acerca a Jesús. Su enfermedad era considerada un castigo divino, pero en Jesús él pudo ver otro rostro de Dios: no el Dios que castiga, sino el Padre de la compasión y del amor, que nos libera del pecado y que nunca nos excluye de su misericordia”.
Así, “aquel hombre puede salir de su aislamiento, porque en Jesús encuentra a Dios que comparte su dolor. La actitud de Jesús lo atrae, lo empuja a salir de sí mismo y a confiarle a Él su historia de dolor”.
La segunda transgresión “es la de Jesús: mientras la Ley prohibía tocar a los leprosos, Él se conmueve, extiende su mano y lo toca para curarlo. Alguno diría: ‘Ha pecado, lo ha tocado, ha hecho lo que la ley prohíbe. Es un transgresor’. Y sí, es verdad era un transgresor. Dios es un gran ‘transgresor’ en este sentido”.
Jesús “no se limita a las palabras, sino que lo toca. Tocar con amor significa establecer una relación, entrar en comunión, implicarse en la vida del otro hasta el punto de compartir incluso sus heridas”.
Con este gesto, “Jesús muestra que Dios no es indiferente, que no se mantiene a una ‘distancia segura’; al contrario, se acerca con compasión y toca nuestra vida para sanarla”.
El Santo Padre lamentó que “aún hoy en el mundo tantos de nuestros hermanos y hermanas sufren de esta enfermedad, o de otras enfermedades y condiciones a las que, lamentablemente, se asocian prejuicios sociales”.
En algunos casos “hay incluso discriminación religiosa. Pero a cada uno de nosotros nos puede ocurrir experimentar heridas, fracasos, sufrimientos, egoísmos que nos cierran a Dios y a los demás”.
Frente a todo esto, “Jesús nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino Aquel que se ‘contamina’ con nuestra humanidad herida y que no teme entrar en contacto con nuestras heridas”.
“Para cumplir con las reglas de la buena reputación y las costumbres sociales, a menudo silenciamos nuestro dolor o usamos máscaras para disimularlo. Con el fin de conciliar los cálculos de nuestro egoísmo o las leyes internas de nuestros temores, no nos implicamos demasiado en los sufrimientos de los demás”, señaló.
Por el contrario, “pidamos al Señor la gracia de vivir estas dos ‘transgresiones’ del Evangelio de hoy. La del leproso, para que tengamos la valentía de salir de nuestro aislamiento y, en lugar de quedarnos allí a lamentarnos o a llorar por nuestros fracasos, vamos a Jesús tal como somos”.
Y luego “la transgresión de Jesús: un amor que nos hace ir más allá de las convenciones, que nos hace superar los prejuicios y el miedo a mezclarnos con la vida del otro. Que en este camino nos acompañe la Virgen María, a la que ahora invocamos en la oración del Ángelus”, concluyó el Papa Francisco.
Fuente: AciPrensa