Hay un día del mes en el que se nos invita a un momento particular de comunión con María Santísima.
Es el 27: de hecho, en este día, en virtud de la devoción de la Medalla Milagrosa y las apariciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré, Nuestra Señora nos derrama gracias especiales.
Nuestra Señora se aparece a Santa Catalina el 27 de noviembre de 1830, junto con la imagen de una medalla que dice: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. Entonces María le pregunta: “Haz acuñar una medalla según este modelo. Quienes la lleven puesta recibirán grandes gracias”.
Por tanto, Recemos la súplica compuesta para rezar a la Virgen de la Medalla Milagrosa, medalla que enseguida produjo numerosas gracias y que muchos llevan con devoción al cuello, con la fe de que nuestra Madre celestial nos ayudará en todas las circunstancias.
Súplica a la Virgen de la Medalla Milagrosa
Oh Virgen Inmaculada, sabemos que siempre y en todas partes estás dispuesta a escuchar las oraciones de tus hijos desterrados en este valle de lágrimas, pero sabemos también, que tienes días y horas en los que te complaces en esparcir más abundantemente los tesoros de tus gracias. Y bien, oh María, henos aquí postrados
delante de Ti, justamente en este día y hora bendita, por Ti elegida para la manifestación de tu Medalla.
Venimos a Ti, llenos de inmensa gratitud y de ilimitada confianza en esta hora por Ti tan querida, para agradecerte el gran don que nos has hecho dándonos tu imagen, a fin que sea para nosotros testimonio de afecto y prenda de protección. Te prometemos, que según tu deseo, la santa Medalla será el signo de tu presencia junto a nosotros, será nuestro libro en el cual aprenderemos a conocer, según tu consejo,
cuánto nos has amado, y lo que debemos hacer para que no sean inútiles tantos
sacrificios tuyos y de Tu Divino Hijo. Sí, Tu Corazón traspasado, representado en la
Medalla, se apoyará siempre sobre el nuestro y lo hará palpitar al unísono con el
tuyo. Lo encenderá de amor a Jesús y lo fortificará para llevar cada día la cruz
detrás de Él.
Ésta es tu hora, oh María, la hora de tu bondad inagotable, de tu misericordia
triunfante, la hora en la cual hiciste brotar, por medio de tu Medalla, aquel
torrente de gracias y de prodigios que inundó la tierra. Haz, oh Madre, que esta
hora que te recuerda la dulce conmoción de Tu Corazón, que te movió a venirnos a
visitar y a traernos el remedio de tantos males, haz que esta hora sea también
nuestra hora, la hora de nuestra sincera conversión, y la hora en que sean
escuchados plenamente nuestros votos.
Tú, que has prometido justamente en esta hora afortunada, que grandes serían las
gracias para quienes las pidiesen con confianza: vuelve benigna tu mirada a nuestras
súplicas. Nosotros te confesamos no merecer tus gracias, pero, a quién recurriremos
oh María, sino a Ti, que eres nuestra Madre, en cuyas manos Dios ha puesto todas sus
gracias? Ten entonces piedad de nosotros. Te lo pedimos por tu Inmaculada
Concepción, y por el amor que te movió a darnos tu preciosa Medalla. Oh Consoladora
de los afligidos, que ya te enterneciste por nuestras miserias, mira los males que
nos oprimen.
Haz que tu Medalla derrame sobre nosotros y sobre todos nuestros seres queridos tus
benéficos rayos: cure a nuestros enfermos, dé la paz a nuestras familias, nos libre
de todo peligro. Lleve tu Medalla alivio al que sufre, consuelo al que llora, luz y
fuerza a todos. Especialmente te pedimos por la conversión de los pecadores,
particularmente de aquéllos que nos son más queridos. Recuerda que por ellos has
sufrido, has rogado y has llorado. Sálvanos, oh Refugio de los pecadores, a fin de
que después de haberte todos amado, invocado y servido en la tierra, podamos ir a
agradecerte y alabarte eternamente en el Cielo. Amén.
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