Se consideraba que esas personas estaban listas para entrar en el Cielo, sin siquiera la necesidad de confesar y recibir una absolución del sacerdote. Una de ellas fue la señora Paolina, quien, durante la Cuaresma de aquel año, estaba viviendo un momento muy difícil en su vida.
Ella tenía un marido y 5 hijos y se enfermó gravemente. Los médicos no habían dado ninguna buena esperanza a la familia, tanto que su esposo se había apresurado a ir al convento, donde se alojaba el padre Pio, para implorarle que interceda por la salvación de su esposa.
Padre Pio prometió sanidad, mejor dicho la resurrección!
El Padre Pío, al principio, prometió orar, pero luego, unos días después, ante la insistencia constante de muchos, no dijo nada más, sino solo: “Resucitará el día de Pascua”. Una afirmación que dejó a todos perplejos, mientras los días pasaban la Cuaresma avanzaba.
Era Viernes Santo, cuando Paulina cayó en un estado de inconsciencia y, luego, en coma. Después de algunas horas, las esperanzas de todos se detuvieron abruptamente, porque la señora murió. La familia, entonces, la preparó para el funeral y le dio el último adiós. Si bien se supo que, incomprensiblemente, el Padre Pío, en el Convento, repetía: “Resucitará el día de la Pascua”. Era la noche de Pascua, el momento en que la gente esperaba la resurrección de Cristo. En el momento del Gloria, las campanas comenzaron a tocar, para celebrar la victoria de Cristo.
Incluso el Padre Pío estaba celebrando la misa y, de repente, rompió a llorar, delante de todos los presentes. En la casa de la Señora Paolina, entonces, sucedió algo inesperado y extraordinario: ella se despertó, “resucitó”, como lo había anunciado el Padre Pío. Se levantó de la cama, se arrodilló y profesó el Credo tres veces. Cuando, entonces, le preguntaron qué había pasado en esos momentos, cuando todos pensaron que estaba muerta, ella solo respondió: “Subí, subí, feliz… Cuando estaba entrando en una gran luz, volví y bajé”.
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