Plegaria a la Virgen Inmaculada de Juan Pablo II
Roma (Sábado 8 de diciembre de 1979)
¡Ave!
Venimos hoy a saludarte. María, que has sido elegida para ser Madre del Verbo Eterno.
Venimos a este lugar guiados por una especial tradición, y te decimos: ¡Ave! Bendita seas, llena de gracia (“Ave Maria gratia plena”).
Nos servimos de estas palabras, pronunciadas por Gabriel, Mensajero de la Santísima Trinidad.
Nos servimos de estas palabras, pronunciadas por todas las generaciones del Pueblo de Dios, que en el espacio de ya casi dos milenios realiza su peregrinación sobre esta tierra. Nos servimos de estas palabras que dictan nuestros corazones: “Ave, Maria, gratia plena”: llena de gracia. Venimos hoy, día en que la Iglesia, con la veneración más grande, recuerda la plenitud de esta Gracia, de que te ha colmado Dios desde el primer momento de tu concepción.
Nos llenan de alegría las palabras del Apóstol: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).
Estamos contentos por esta abundancia especial de la gracia divina en ti, que lleva el nombre de “Inmaculada Concepción”
Venimos hoy a este lugar sobre todo nosotros romanos, habitantes de esta ciudad, que la Providencia Divina ha elegido para ser la sede de Pedro y de sus Sucesores. Venimos muy numerosos desde que Pío XII comenzó este gesto de homenaje filial, casi un siglo después que Pío IX bendijese este monumento a la Inmaculada. Venimos todos, aun cuando no estemos todos presentes aquí físicamente; pero estamos presentes en espíritu. Ancianos y jóvenes, padres e hijos. sanos y enfermos, representantes de diversos ambientes y profesiones, sacerdotes, religiosos y religiosas, autoridades civiles de la ciudad de Roma, de la provincia del Lacio, todos consideramos como un privilegio especial el estar hoy aquí con el Obispo de Roma, junto a esta columna mariana, para rodearte, Madre, con nuestra veneración y nuestro amor.
¡Acógenos, así como somos, aquí junto a ti, en este encuentro anual!
¡Acógenos! ¡Mira a nuestros corazones! ¡Acoge nuestras solicitudes y nuestras esperanzas!
Ayúdanos, Tú, llena de Gracia, a vivir la gracia, a perseverar en la gracia y, si fuese necesario, a volver a la gracia del Dios viviente, que es el bien más grande y sobrenatural del hombre.
¡Prepáranos a la venida de tu Hijo!
¡Acógenos!, con nuestros problemas cotidianos, nuestras debilidades y deficiencias, nuestras crisis y faltas personales, familiares y sociales.
¡No permitas que perdamos la buena voluntad! ¡No permitas que perdamos la sinceridad de la conciencia y la honestidad de la conducta!
Obtennos con tu oración la justicia. ¡Salva la paz en todo el mundo!
Dentro de poco, todos nos alejaremos de este lugar. Pero deseamos volver a nuestras casas con esta gozosa certeza de que estás con nosotros, Tú, Inmaculada, Tú elegida desde los siglos para ser Madre del Redentor. Quédate con nosotros. Quédate con Roma. Quédate con la Iglesia y con el mundo. Amén.
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