Habiendo comulgado Santa Matilde por los difuntos, se le apareció Jesús diciéndole que rezara por ellos el Padrenuestro. La Santa recitó la divina oración en la forma que a continuación se expresa, viendo al terminar que, un gran número de almas subían al Cielo. (Revelaciones 1, 21)
Padre nuestro que estás en el Cielo.- ¡Oh adorabilísimo y misericordioso Padre! Tú que te dignaste por mera bondad, constituir a las almas en tal alta dignidad que, llegando a ser tu verdaderas hijas llevan tu nombre, apiádate de ellas. ¡Oh Padre, perdónales el no haberte amado, ni rendido el culto que te es debido! ¡Cuántas veces te han desterrado de su corazón, donde anhelabas aposentarte y reinar como en tu Cielo!. Para suplir su falta. Padre, te imploro, uniendo mi penitencia y mi satisfacción a las que su hermano inocente, Jesucristo, te ofreció con tanto celo. Te ofrezco el amor que tu Hijo amantísimo te profesó con reverencia y honor, en su Humanidad. Dígnate aceptarlo en expiación del pecado de aquellos infelices. Así sea.
Santificado sea tu nombre.- Yo te suplico. ¡Oh tierno Padre!, te dignes perdonar a las almas de los difuntos su descuido en no haberte honrado siempre dignamente el santo nombre de tan poderoso Padre; en no haberlo recordado con devoción, en haberlo invocado con frecuencia en vano, y pronunciando raras veces con amor… Más aún. Con la deshonrosa vida a que se entregaron, ellas desmerecieron el hermoso título de cristianos que les brindara Jesucristo. Como satisfacción por este pecado, dígnate aceptar la perfectísima santidad de tu Hijo, con la cual. Él exaltó tu nombre en sus predicaciones y lo honró en sus obras humanas. Así sea.
Venga a nosotros tu Reino.- Yo te suplico. ¡Oh tierno Padre!, te dignes perdonar a las almas de los difuntos el no haber deseado con fervor ni buscado con cuidado a Ti ni a tu Reino, en el que solamente se encuentra el verdadero reposo y la eterna felicidad. Para expiar la indiferencia que han tenido, yo te ofrezco los santos deseos por los cuales tu amantísimo Hijo ha querido que nosotros fuésemos los coherederos de su Reino. Así sea.
Hágase tu voluntad en el Cielo como en la tierra.- Yo Te ruego, Clementísimo Padre, perdona a las pobres almas, porque ellas no han sometido su voluntad a la Tuya y no siempre han tratado de realizarla en todas las cosas, sino que a menudo han vivido según sus gustos, a su manera, han obrado y se han comportado contra tu Querer. Por su desobediencia yo Te ofrezco una perfecta unión del corazón muy querido de Tu Hijo con tu Santísima Voluntad y su profunda sumisión, habiendo sido Él obediente hasta la muerte. Amén.
Danos hoy nuestro pan de cada día.– Yo te ruego, Clementísimo Padre, te dignes perdonar a las almas de los difuntos por no haber recibido el Santísimo Sacramento del altar, con los deseos, la devoción y el amor que Él merece, y por haberlo recibido pocas veces o, tal vez, jamás. Para expiar su pecado, yo te ofrezco, la perfecta santidad y la devoción de tu Hijo, así como el ardiente amor y el inefable deseo que le han llevado a darnos ese precioso tesoro. Así sea.
Y perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.- Yo te suplico. ¡Oh tierno Padre!.., te dignes perdonar a las almas de los difuntos los pecados capitales en que cayeron, sobre todo no perdonando a los que les habían ofendido y no amando a sus enemigos. Por esos pecados yo te ofrezco la súplica de la más dulce caridad que tu Hijo hizo sobre la cruz por sus enemigos. Así sea
Y no nos dejes caer en la tentación.- Yo te suplico. ¡Oh tierno Padre!., te dignes perdonar a las almas del Purgatorio, por no haber resistido a sus vicios y a su concupiscencia; por haber frecuentemente consentido a los engaños del demonio y caído voluntariamente en muchas malas acciones. Por la multitud de sus pecados, yo te ofrezco la gloriosa victoria, con la cual tu Hijo venció al mundo y al demonio, y su santísima vida con todos sus trabajos y fatigas, su Pasión y su muerte. Así sea.
Más líbranos del mal.- Líbralas también de todo mal y de toda pena, por los méritos de tu Santísimo Hijo, y condúcelas al Reino de tu gloria, que no es otra cosa que Tú mismo. Así sea.
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