Nuestra Señora de Lourdes salvó la vida de San Leopoldo
San Leopoldo nos enseña que, si sabemos encomendarnos con la oración al Señor, Él sabrá hacer nuevas todas las cosas…
La historia
Al regresar de una peregrinación a Lourdes, en julio de 1934, San Leopoldo Mandic fue protagonista de un episodio inexplicable. Junto a don Luigi Callegaro, en la estación de tren de Padua, subió al carruaje de Augusto Formentin para regresar al convento. El pequeño Angelo Bernardi estaba con ellos.
En el camino, pasaron por via Dante, pero se encontraron con un convoy de tranvías; el espacio entre los raíles del tranvía y los pilares de las arcadas de la calle era tan estrecho que no permitía el paso del el carruaje sin ser aplastado.
San Leopoldo cerró los ojos y rezó a la Virgen María, como ya había hecho muchas veces durante la peregrinación.
Los transeúntes comenzaron a gritar, ordenando al conductor que se detuviera, pero el caballo, desbocado, continuó la carrera y… el carruaje pasó milagrosamente ileso.
Cuando la gente se dio cuenta de que en el carruaje estaba también el padre Leopoldo, exclamó: «¡No ha pasado nada porque está el padre Leopoldo!». Pero él, confundido, respondió: «Volvemos de Lourdes. Estamos aquí dos sacerdotes. Fue la Virgen quien nos salvó». Los compañeros de la peregrinación a Lourdes afirmaron que lo habían escuchado a menudo exclamar: «Hoy hemos visto cosas admirables» (episodios efectivamente ocurridos también a su regreso a Padua).
San Leopoldo nos enseña que, si sabemos encomendarnos con la oración al Señor, Él sabrá hacer nuevas todas las cosas, abriendo nuevos horizontes donde el camino nos parecía cerrado, sin salida.
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