En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Oración para todos los días
A Vos, Dios mío, fuente de misericordia, me acerco yo, inmundo pecador, para que os dignéis lavar mis manchas. ¡Oh Sol de justicia, iluminad a este ciego! ¡Oh Médico eterno, sanad a este miserable! ¡Oh Rey de reyes, vestid a este desnudo! ¡Oh mediador entre Dios y los hombres, reconciliad a este reo! ¡Oh buen Pastor, acoged a esta oveja descarriada! Otorgad, Dios mío, perdón a este criminal, indulgencia a este impío y la unción de vuestra gracia a esta endurecida voluntad.
¡Oh clementísimo Señor!, llamad a vuestro seno a este fugitivo, atraed a este resistente, levantad al que está caído y una vez levantado sostenedle y guiad sus pasos. No olvidéis, Señor, a quien os ha olvidado, no abandonéis a quien os abandonó, no desechéis a quien os desechó y perdonad en el cielo a quien os ofendió en la tierra. Amén.
Oración a la Santísima Virgen
¡Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, océano de bondad, Hija del Rey soberano, Reina delos ángeles y Madre del Común Criador! Yo me arrojo confiado en el seno de vuestra misericordia y ternura, encomendándoos mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, mis deseos, mis afectos y mi vida entera, para que por vuestro auxilio camine yo siempre hacia el bien según la voluntad de vuestro amado Hijo, N.S. Jesucristo. Amén.
Octavo Dia: Licitud de la Virginidad
Bastaría saber que es virtud y acto meritorio por ende, para comprenderse no sólo la licitud sino por lo menos la conveniencia de la virginidad.
Pero además, es de saber que en los actos humanos, puede hallarse algo de ilícito y vicioso cuando las potencias se oponen o no siguen el dictamen de la razón que es la reguladora de todas las operaciones ordenándolas a un fin preconcebido como bueno.
Este fin bueno tiene tres aspectos, según se considera en los bienes exteriores, en los bienes del cuerpo, y en los bienes del alma prefiriéndose entre estos últimos los de la vida contemplativa a los de la vida activa, como lo dijo el Salvador: María ha escogido la mejor parte. De todos estos bienes, los de las cosas externas deben subordinarse a los del cuerpo, éstos a los del alma y los de la vida activa a la contemplativa guardándose este escalafón de lo más imperfecto a lo más elevado y perfecto.
De donde se infiere que pueden lícitamente rehusarse las riquezas por el bienestar del cuerpo, y pueden también rechazarse las delectaciones corporales, aún las lícitas por la felicidad del alma y para que ésta con más desahogo se entregue a la contemplación dando de manos a los negocios de la vida o, al menos, subordinándolos al negocio principal y único necesario. Por lo cual dice el Apóstol, que la virgen piensa solo en Dios, procurando ser santa y pura en cuerpo y alma, pero la esposa piensa en el mundo procurando contentar al hombre.
Ni se traiga como réplica el argumento repetido tantísimas veces de que la sociedad necesita conservarse y propagarse y para ello está el mandato expreso de Dios que ordenó a los primeros padres su crecimiento y multiplicación; porque si bien es cierto que la sociedad debe mirar a su propagación, y que Dios ordena lo mismo, no lo es menos que esa necesidad social y ese precepto deben ser atendidos por la muchedumbre y a ella se refiere, no siendo necesario el que cada individuo en especial cumpla esa ley y satisfaga ese precepto; antes al contrario, al bien de la sociedad y a la hermosura de la especie humana conviene en gran manera el que haya individuos entregados de lleno a la meditación de las cosas de Dios para que imploren más de cerca las gracias del cielo y aparezca más bella la armonía de la unidad dentro de la variedad del cuadro universal, como en un ejército hay quienes luchan con las armas cuerpo a cuerpo con el enemigo y quienes dirigen y ordenan, y quienes llevan los entorchados y la bandera de la patria resultando más compacta la unidad de la fuerza en la variedad de los oficios.
EJEMPLO
Vivió Santo Tomás tan apartado de la carne y de sus instintos, que más que un hombre parecía un ángel ocupado sólo en Dios y en el acrecentamiento de su honra.
Ni la prosapia de su linaje bastó para encandilarle el corazón, ni la delicadeza de su inocente cuerpo, fue parte para que mitigase el rigor con que siempre trató de mortificar y tener a raya sus pasiones y los apetitos todos de su carne. Con esta guarda de los sentidos y esa mortificación saludable de la parte inferior, el alma se vio siempre a cubierto de los asaltos de sus enemigos, estrellándose todo el empuje de éstos contra la roca inconmovible de su constancia y de la refrenación continuada de todas las facultades y pasiones. Todo estuvo en el Angélico sujeto por maravilloso arte al imperio de la razón y apartado de la sensualidad y concupiscencia, y sin sentir apenas el canto de sirena de sus ilusiones y el halago de sus instintos, su mente purísima y su corazón saturados de candor, vivieron sólo para Dios y para la ciencia que iluminaron de lleno sus potencias levantándolas a un grado inconcebible de esplendor y de heroísmo.
¡Ojalá que en los jóvenes estudiantes hallasen entrada franca, como en Santo Tomás, la virtud y la ciencia verdadera, sin que ocupasen la inteligencia y el corazón otras diversiones y pasatiempos fútiles cuando no pernicioso e inmorales que no cabe nombrar aquí!… Esta sería la única mejor manera de regenerar la juventud y los estudios, y todo lo demás por mucho alarde de planes y reglamentos será tiempo perdido y quizá perjudicial y retrógrado sobre todo si de lo que se trata no es de educar al joven y levantar a la ciencia, sino de fomentar ridículos desahogos y atacar determinadas personalidades o instituciones.
(Ahora pídase la gracia especial que se quiera conseguir y luego rézense tres Padrenuestros y Avemarías con su Gloria Patri en reverencia de la humildad, sabiduría y pureza angelical de Santo Tomás de Aquino).
Antífona
¡Oh Santo Tomás, gloria y honor de la Orden de Predicadores! Transpórtanos a la contemplación de las cosas celestiales, tú que fuisteis maestro soberano de los sagrados misterios.
V. Ruega por nosotros, Santo Tomás.
R. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.
Oración final
Gracias, os doy, Señor Dios mío, y Padre de misericordias, porque os habéis dignado admitirme, a mí pobre pecador e indigno siervo vuestro, a la participación gratuita de vuestra gracia en el secreto de la oración. Yo os ruego que esta comunicación de mi alma con Vos no sea castigo de mis culpas, sino prenda segura del perdón de mis ofensas, armadura finísima de la fe y escudo invulnerable de mi corazón.
Concededme la remisión de mis faltas, el exterminio de la concupiscencia y de la sensualidad, el aumento de la caridad, de la humildad, de la paciencia, de la obediencia y de todas las virtudes; defendedme de las asechanzas visibles e invisibles de los enemigos; dadme el sosiego inefable de mis apetitos y de todos mis afectos para que así pueda unirme mejor a Vos que sois mi felicidad y descanso. Suplico también. Dios mío, que después de mi muerte, os dignéis admitirme a la Pascua celestial y al convite divino donde Vos en unión del Hijo y del Espíritu Santo, sois luz verdadera, abundancia perfecta, gozo sempiterno, alegría consumada y felicidad sin medida. Amén.
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