Novena a Santo Tomás de Aquino – Noveno Día

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración para todos los días

A Vos, Dios mío, fuente de misericordia, me acerco yo, inmundo pecador, para que os dignéis lavar mis manchas. ¡Oh Sol de justicia, iluminad a este ciego! ¡Oh Médico eterno, sanad a este miserable! ¡Oh Rey de reyes, vestid a este desnudo! ¡Oh mediador entre Dios y los hombres, reconciliad a este reo! ¡Oh buen Pastor, acoged a esta oveja descarriada! Otorgad, Dios mío, perdón a este criminal, indulgencia a este impío y la unción de vuestra gracia a esta endurecida voluntad. ¡Oh clementísimo Señor!, llamad a vuestro seno a este fugitivo, atraed a este resistente, levantad al que está caído y una vez levantado sostenedle y guiad sus pasos. No olvidéis, Señor, a quien os ha olvidado, no abandonéis a quien os abandonó, no desechéis a quien os desechó y perdonad en el cielo a quien os ofendió en la tierra. Amén.

Tomás de Aquino
Tomás de Aquino

Oración a la Santísima Virgen

¡Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, océano de bondad, Hija del Rey soberano, Reina delos ángeles y Madre del Común Criador! Yo me arrojo confiado en el seno de vuestra misericordia y ternura, encomendándoos mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, mis deseos, mis afectos y mi vida entera, para que por vuestro auxilio camine yo siempre hacia el bien según la voluntad de vuestro amado Hijo, N.S. Jesucristo. Amén.

Noveno Dia: Excelencias de la Virginidad

Indudablemente es la virginidad más hermosa y excelente que el estado matrimonial y una de las virtudes más gratas a los divinos ojos. El decir lo contrario, el afirmar que el matrimonio es en sí más perfecto que el estado célibe, fue el error de Joviniano tantas veces repetido y cacareado en tonos a veces satíricos y además de satíricos profanos e inmorales.

De la excelencia de la virginidad, nos testifican, primero el divino Redentor que en su vida sobre la tierra para darnos ejemplo de virtud y perfección, quiso ser perfectamente virgen, y quiso que su Madre bendita fuese virgen purísima y sin defecto y quiso además que sus Apóstoles predicasen con encomiásticas palabras las excelencias de la virginidad; en segundo lugar, la razón nos dice que los bienes del alma y las dulzuras de la contemplación deben preferirse a los bienes del cuerpo y a sus deleites sensuales, encargándose la virginidad de levantar al alma del polvo dela corrupción y de las necesidades de la vida activa inherentes al estado matrimonial.

Y aunque es verdad que se dan casos de personas perfectísimas en el matrimonio y de almas ruines y pequeñas en el estado celibatario, no depende esto de la santidad más eminente del primer estado, sino de la disposición de los individuos que en ocasiones sirven mejor a Dios entre los quehaceres y las distracciones del matrimonio, que otras almas acaso vírgenes por fuerza o por rutina o por miras acomodaticias. En sí mismos comparados el matrimonio y el estado virginal, ese videntemente más hermoso y perfecto el segundo en el cual, como dice San Ambrosio, el alma se ofrece y se consagra de lleno a Dios y se emplea con pureza de conciencia en la consideración del cielo olvidando a la tierra o posponiéndola casado menos a la patria bendita de promisión.

EJEMPLO

Estuvo el Doctor angélico tan prendado del estado religioso y tan enamorado de la virginidad que en él se observa, que no bastaron los fieros ataques promovidos por el mundo, demonio y carne para hacerle desistir de su empresa. Religioso y religioso vestido de blanquísimo hábito símbolo de inocencia y candor fue Santo Tomás de Aquino; y con haberse abrazado con la vida pobre, mortificada y oculta en Jesús, el aroma de su pureza sin mancha y el brillo de su ciencia celestial descubrieron sus tesoros y dieron nombre y fama sin segundo al Ángel de las Escuelas.

Si el Santo Doctor hubiese cedido a los ruegos de su familia y hubiese caído imprudente en el lazo que el demonio y la carne hechos últimos de potencia, le tendieron con maña y astucia infernal, quizá el nombre del Salomón cristiano hubiera quedado oscurecido en las sombras de la vulgaridad o sería uno de tantos Condes o guerreros de la Edad Media donde la nobleza y la valentía fueron proverbiales y por lo mismo fueron relativamente pocos los que eternizaron su memoria en las generaciones.

Pero Santo Tomás no se dejó seducir por los halagos ni por las amenazas, siguió la voz de Dios a pesar de los obstáculos más difíciles de vencer, fue virgen y religioso, y Dios en premio de la inocencia y del heroismo de Tomás, se encargó de glorificar su memoria y el nombre de gigantesco fraile dominico no tiene apenas rival en los anales del mundo y en los archivos de las bibliotecas.

Así honra el cielo a sus Santos, y así honraría a multitud de jóvenes si en vez de seguir incautos y atolondrados o aviesos y con perfidia, la voz de las pasiones y los instintos de la concupiscencia, obedeciesen a Dios y siguiesen sus preceptos, no ya abandonando el mundo é ingresando en un monasterio, que no es de todos esta gracia ni a todos se concede la fuerza de voluntad necesaria, pero sí a lo menos, guardando con solicitud filial la ley santa del Señor y atendiendo a la prudencia de la razón más bien que a la arbitrariedad de los sentidos.

(Ahora pídase la gracia especial que se quiera conseguir y luego rézense tres Padrenuestros y Avemarías con su Gloria Patri en reverencia de la humildad, sabiduría y pureza angelical de Santo Tomás de Aquino).

Antífona

¡Oh Santo Tomás, gloria y honor de la Orden de Predicadores! Transpórtanos a la contemplación de las cosas celestiales, tú que fuisteis maestro soberano de los sagrados misterios.

V. Ruega por nosotros, Santo Tomás.

R. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.

Oración final

Gracias, os doy, Señor Dios mío, y Padre de misericordias, porque os habéis dignado admitirme, a mí pobre pecador e indigno siervo vuestro, a la participación gratuita de vuestra gracia en el secreto de la oración. Yo os ruego que esta comunicación de mi alma con Vos no sea castigo de mis culpas, sino prenda segura del perdón de mis ofensas, armadura finísima de la fe y escudo invulnerable de mi corazón.

Concededme la remisión de mis faltas, el exterminio de la concupiscencia y de la sensualidad, el aumento de la caridad, de la humildad, de la paciencia, de la obediencia y de todas las virtudes; defendedme de las asechanzas visibles e invisibles de los enemigos; dadme el sosiego inefable de mis apetitos y de todos mis afectos para que así pueda unirme mejor a Vos que sois mi felicidad y descanso.

Suplico también. Dios mío, que después de mi muerte, os dignéis admitirme a la Pascua celestial y al convite divino donde Vos en unión del Hijo y del Espíritu Santo, sois luz verdadera, abundancia perfecta, gozo sempiterno, alegría consumada y felicidad sin medida. Amén.

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