Señor, me levanto con nuevos ánimos y con una esperanza alegre al saber que mi corazón se siente seguro de tu presencia y de tu poder y que podré contar con tu defensa ante cualquier tormenta que intente abatir a mi alma. Sé que eres un Dios de vida, un Dios de generosidad en extremo, un Dios que no oculta su rostro a sus hijos en medio de las adversidades y que protege con un celo divino, infundiendo fuerza y consuelo al corazón.
Tus enseñanzas pueden parecer duras y directas, pero están llenas de sabiduría y de verdad. Ellas me invitan a la conversión verdadera y me advierten de los peligros que asecharán a mi alma si no vivo de acuerdo a tu estilo de amor.
Tus palabras me invitan a la misericordia y a la comprensión de mis propias debilidades, a saber que no puedo confiar solo en mis capacidades humanas, sino que debo dejarme guiar por tu Luz que ilumina y tu Espíritu que santifica. Nunca estaré seguro del día ni la hora en que me llames, por eso, debo estar vigilante y firme en mi deseo de seguirte. Ayúdame a crecer en la caridad, y así despojarme del hombre viejo y renunciar a todo aquello que me separa de Ti.
Oh Señor, Tú me enseñas que, ante el Padre, todos necesitamos transformar el corazón, creer en tu poder sanador que es capaz de cerrar toda herida, y en tu gracia pacificadora que todo lo impulsa y todo lo restaura. Quiero asemejarme más a Ti, entregarme a una fe ardiente que renueve mi compromiso de amor y que anuncie las maravillas de permanecer a tu lado. Clamo tu protección, ruego por tu bendición, llamo a tu presencia que nunca abandona y me hace caminar tranquilo y sereno por medio de valles oscuros.
Amén.
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