El lunes nos llevan a Betania, seis días antes de Pascua. . El relato está en Juan (12,1-11): en casa de amigos, tiene lugar un banquete. Martha sirve, Lázaro, a quien Jesús resucitó, es uno de los invitados; María, tomando una libra de nardo puro, rocía y lava los pies de Jesús con el perfume que se difunde y llena toda la casa.
El momento es muy significativo: algunos se escandalizan pero Jesús está muy complacido con el gesto de amor loco de la mujer: en realidad, ese perfume es para su entierro.
De hecho, Él morirá y será enterrado, ya que los amigos no tendrán tiempo para limpiar su cuerpo y perfumarlo como quisieran, el único perfume que queda es el de Betania. Queda también como signo de la entrega y entrega de María al Maestro, como si ella misma se hubiera convertido en el perfume de Jesús. La única unción que Jesús recibió en vista de la muerte es ésta.
Mi Señor, que bueno es saber que escuchas mis súplicas y estás atento a mis necesidades, susurrando constantemente a mi espíritu tu invitación a vencer el miedo y a lanzarme con confianza a enfrentar cada una de mis batallas.
Te pido que siempre pueda tener lucidez para tomar las mejores decisiones y diferenciar lo bueno de lo malo, esforzarme por ser fiel y no dejar que nada me quite las ganas de hacer las cosas bien. Me cuento entre los pecadores que siempre vuelven a caer; reconozco que en algunas ocasiones me faltan fuerzas y te fallo, por eso me humillo ante ti, ante tu poder y clamo por tu compasión.
Como María de Betania, quisiera también ponerme a tus pies y ofrecerte el mejor de mis perfumes, que no es otro que el de hacer obras agradables a ti y alejarme de todo aquello que hace mal a mi alma. Gracias por recibirme una vez más, por cuidarme, por hacerme sentir que soy valioso e importante para ti. Tú eres grande, poderoso, invencible, supremo, glorioso, con un corazón rico en misericordia.
Me siento bendecido porque en tu amor he encontrado esa paz que me invita a luchar con todas mis fuerzas contra el pecado. Con tu presencia rebosante en amor y perdón podré superar toda mala inclinación. Tú tocas las dimensiones de toda mi vida y no haces diferencia entre mi riqueza o pobreza, sino en cuánto amor estoy dispuesto a ofrecer.
Te amo y te entrego mi corazón ahora para que lo renueves con tu amor. A pesar de mis debilidades, en tu nombre, sé que puedo salir adelante sabiéndome consolado en tu amistad y que te pertenezco para siempre. Amén.
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